El contrabajo y otra manera de decir
El músico concibió su álbum debut con el contrabajo en el lugar central de trece instrumentales tangueros en los que sobrevuelan la música de cámara y el jazz.
Por Cristian Vitale
“Amo al tango. Lo conozco bien de adentro.” Primera hipótesis descartada, entonces: que Juan Pablo Navarro le haya puesto Contratangos a su disco debut no significa un cross a la mandíbula del género. Refuerza la conclusión el hecho de que, a primera escucha, las inspiradas piezas instrumentales que pueblan el álbum van desgranando una impronta que no sólo ancla en las vísceras del 2x4, sino que le aporta singularidades, giros sonoros, nuevos colores. Lo resignifica, lo pasa a un mundo casi inexplorado. En principio, seis de las trece son músicas suyas, concebidas desde el instrumento que –ahora sí– ubica al título en su real dimensión: el contrabajo. Luego, que en todas las demás, compuestas por un puñado de amigos exclusivamente para el disco (Néstor Marconi y Diego Schissi, entre ellos), el enorme instrumento ocupa un rol líder, solista. Contratangos, que el músico nacido hace cuarenta años en Avellaneda expondrá hoy en Notorious (Callao 966) es, para precisarlo bien, el primer trabajo discográfico de la música popular argentina de, por y para el contrabajo. “Nació como una necesidad de plasmar música a través del instrumento, y de composiciones mías que nunca había tocado ni grabado. Fue tener el instrumento ahí, mirarlo de frente y preguntarle ‘¿qué es lo que puedo expresar con vos?’. Estuve tantos años acompañando a gente, que me pareció una manera distinta de decir”, resume él, con el gigante a sus espaldas.
Contratangos es, centralmente, tango del bueno pero rodeado por otros aromas. Algo de jazz, algo de música de cámara –inevitable para un hombre formado en conservatorios– y pizcas de folklore, que resultan claras en temas como “Candombass” o “Incompatible”, ambas del propio Navarro. “Es inevitable que uno tome, conscientemente o no, lo que lleva en su mochila. Si bien siempre hice foco en el tango, también he tenido grupos de punk rock, de jazz fusión, he tocado guitarra eléctrica y aún toco, si el proyecto me va, el bajo de seis cuerdas”, expone. Ese perfil versátil no sólo lo ha llevado a compartir grabaciones o tocadas con un sinnúmero de gente vinculada con el tango (Pablo Agri, Ubaldo De Lio, Leopoldo Federico, Raúl Lavié, la Orquesta Juan de Dios Filiberto, Susana Rinaldi, Horacio Salgán), sino también con Anacrusa, Peteco Carabajal, el Chango Spasiuk y Gustavo Cerati. “Me convocó Alejandro Terán, el director de esa orquesta, para grabar en el DVD de Once Episodios Sinfónicos, y fue una experiencia maravillosa”, cuenta sobre el cruce con el ex Soda.
–¿Y con Spasiuk?
–Trabajé con él en forma regular durante seis años y grabé en Tarefero de mis pagos y Pynandí. Con Peteco, antes de que lo pregunte (risas), metí el contrabajo en dos temas de Ckayna Cunan. Y ahora me convocaron Fito Páez y Leo Sujatovich para participar de un disco que están haciendo juntos.
–¿Qué lo llevó a optar por el contrabajo? Porque es un instrumento que, más allá de su cosa sonora intrínseca, conlleva dificultades económicas y logísticas: es caro, difícil de trasladar, pesado...
–Oscuro y poco ágil también, sí. Pero lo que me enamoró de él es la gran cantidad de recursos expresivos que tiene. Son innumerables, como los colores de la paleta del pintor: ese groove que tiene que estar todo el tiempo, esa centralidad percusiva. Podría decir que mi opción fue como una evolución hacia lo más grande. Del rock generacional y la viola eléctrica, de Yes (aprendió a tocar el bajo escuchando a Chris Squire), Peter Hammill, Chick Corea o Spinetta, cosas que escuchaba con amor y aún escucho, pasé al tango y la música clásica, a Piazzolla, Salgán, Troilo. Descubrí que tirar una nota larga con el arco es como ver una llanura... eso, más el sonido, la profundidad y las vibraciones, me hicieron decidir. Me enamoré de lo acústico.
–Dado que ha actuado como solista junto a la Orquesta del Tango de la Ciudad de Buenos Aires en una versión de “Kicho”, de Astor Piazzolla, se intuye que Kicho Díaz es uno de sus referentes dentro del rubro. ¿Los demás cuáles son?
–De acá, Héctor Console, que también tocó con Astor, y Horacio Cabarcos, el de la Orquesta de Leopoldo Federico. Y de afuera, Edgard Meyer y John Patitucci, con quien toqué en Heart of the Double Bass.
–¿Cómo concibió su disco desde el contrabajo?
–Bueno, fue un laburo de búsqueda. Si bien partí de cosas concebidas, porque es imposible escapar al molde Piazzolla, desarrollé un poco lo que había estudiado en mis años de música de cámara. Utilicé un montón de repertorio original para contrabajo y lo pensé desde un punto de vista de diálogo con el piano. El jazz me sirvió mucho para lograrlo.
–No hay ningún título para el marketing...
–(Risas) Nada de versiones de tangos clásicos. Me encantan, pero Contratangos es totalmente anti for export. Sentí que había que pensar algo distinto con foco en el género y el contrabajo a su servicio.
–¿Lo va a mostrar en la International Society of Bassists Convention, el encuentro de contrabajistas de San Francisco al que fue invitado en junio?
–Sí, ahí van los mejores contrabajistas de jazz y música clásica del mundo, pero yo voy a tocar tango. Me parece un lugar propicio para mostrar nuestra música.
0 comentarios:
Publicar un comentario