“Los bohemios andamos algo desangelados”
Este músico tiene una especie de pase libre entre el culto y las masas: fue de un disco a dúo con Ricardo Iorio a los Grammy. De Tintoreros a Satélite Kingston, pasando por lo tropical. “De los dos lados del mostrador puede estar bueno”, apunta, aunque con reparos.
Por Mario Yannoulas
Flavio era chico y miraba las olas llegar. No sabía cómo ni de dónde venían, pero las contemplaba con admiración, como a todo eso que es más grande que uno, lo antecede, lo envuelve y le entrega el mundo tal cual es. Mar del Plata era su puerta al universo, y aunque tenía el poster de Moris que había sacado de la revista Pelo, todavía no sabía que quería dedicarse a la música. Después creció y empezó a introducirse en el mundo adulto de las profesiones, mientras entendía desde dónde llegaban esas olas, o al menos qué le interesaba de ellas entonces. Del otro lado del Atlántico estaba parte de la respuesta: la revolución del punk rock, el espíritu cosmopolita de The Clash y la disposición del gran perímetro lingüístico que fue la new wave. Hoy, a los 46, Flavio decide presentarse en sociedad con el apelativo “Señor”, y con una mochila que incluye decenas de discos –con Los Fabulosos Cadillacs, con Flavio Mandinga Project, en compañía, como solista o como productor–, más algunos libros y artículos periodísticos, y de la mano de un disco que lo retrotrae a sus orígenes musicales.
Es reciente el lanzamiento de Nueva Ola, un paquete de “12 rolas new wave” en las que ejecuta todos los instrumentos menos uno: la batería, a cargo de su hijo Astor Boy “Mini Moon” (tal como figura en el arte), con apenas trece años. “Para mí, lo más especial de este trabajo es lo consanguíneo. Eso es poder, determina una energía que tiene que escucharse”, se entusiasma. Tras la disolución orgánica y, según él, poco traumática del Flavio Mandinga Project, que lo había ocupado durante sus últimos trabajos, Cianciarulo retoma el costado más festivo de la new wave –más Madness que The Smiths– en una obra que, desde el título, busca sintetizar su espíritu explorador. “Por un lado, me gustaban mucho estas dos palabras, remiten a un fenómeno natural que me atrae muchísimo, que es la ola. Por otro lado, la de los ‘80 es la década del momento bisagra musical, donde se rompe con los cánones estructurados de los ‘70, con su complejidad, y entran a jugar otros valores. Yo me empecé a motivar con la idea de ser músico recién con la new wave. Lo que más me gusta es lo que odia John Lydon de los Pistols, a quien admiro, y es justamente que no se trata de un estilo, ni de un movimiento, sino de un sistema solar musical que aglutina satélites. En los ‘80, una banda de rockabilly podía ser tan new wave como una de reggae, una punk rock, o Blondie. Me gusta esa cosa difusa, esa falta de una definición exacta, porque no defiendo un estilo en particular. Eso tiene el disco: es un homenaje a la década que me motivó a hacer música. Además está la idea de lo nuevo”, analiza con el NO.
La profesión de músico lo ha llevado a enamorarse de México y de una mexicana, que hoy es madre de sus hijos. “No me enamoré sólo de su gente. Ahí hay algo debajo de la tierra que puja, está en el aire, en la cotidianidad. Leas o no cultura maya, azteca o chichimeca, en la gente que camina, en los semáforos, eso está. Y es muy fuerte. Lo curioso es que a mi mujer la conocí en Mar del Plata, a tres cuadras de la casa de mi viejo”, suelta. Pero ya no es sólo eso. Oficia de columnista para revistas extranjeras, y está cerrando la publicación de su tercer libro. Es así que a Rocanrol (un libro de cuentos) y The Dead Latinos (una novela), prontamente se va a sumar Crónicas del León, una recopilación de su diario de viaje junto a los Cadillacs en la gira de regreso: “Habría sido muy interesante contar cosas malas de la gira, pero no las encontré. Había muy buen ánimo, porque somos hermanitos. Como hermanos, en los viejos tiempos nos hemos peleado por pelotudeces, he estado tres meses sin mirar a Rotman a los ojos, y ahora lo abrazo y ni me acuerdo por qué nos peleamos”.
Hoy, Flavio es una de esas personalidades que parecen tener pase libre entre el culto y las masas. Del under primaveral de los ‘80 al rock de estadios auspiciado por marcas de telefonía celular. De un disco a dúo con Ricardo Iorio (Peso Argento) a los Grammy. De Tintoreros a Satélite Kingston, pasando por lo tropical. Entre lo subterráneo, con su refugio de lo denso y lo íntimamente humano, y los monumentos de la cultura rock, atravesados por la aprobación de otros estamentos del medio social y sus interminables negocios. “De los dos lados del mostrador puede estar bueno”, apunta, aunque con reparos.
–La escena under de los ‘80 vio nacer a muchas bandas que después se hicieron enormes, como los propios Cadillacs. ¿Cómo ves al under hoy?
–A la escena underground la veo fascinante, pero hay un abismo negro que la separa del mainstream. En los ‘80 vos tocabas en un lugar y te enterabas de que estaba el director artístico de una discográfica. Te ponías contento, no decías: “Me vale verga”. Era bueno que estuvieran los cazadores de talentos, algo que ya es romántico porque las compañías no los tienen más, hoy está el director de marketing y punto: van a ver recitales mainstream, no buscan valores en el underground. Cuando no toco, el under es mi salida favorita, no voy a ver bandas del mainstream porque me rompe las bolas el acceso, dejar el auto tan lejos; del mainstream lo que me gusta es tocar, porque es lindo ver gente, no voy a decir que no. Es tan maravilloso tocar para multitudes como en el Salón Pueyrredón, con la gente ahí nomás. Hay muchísimos matices y bandas increíbles de las que me pierdo un montón porque cada vez salgo menos, pero sé que existen. El underground siempre es el avant garde, pero es muy poco cubierto por la prensa, muy ignorado. Acá gran parte de la prensa va a ver siempre lo mismo. Lo comparo con lo que pasa en México con el Vive Latino, donde tienen una gran cabida las bandas under. Estaba preparándome para ir a tocar con el Flavio Mandinga Project, y vi que en la tele estaban televisando en vivo lo que acontecía en el Escenario 3, donde tocaba una banda de rockabilly. Y pensaba: qué bueno que televisaran eso y un montón de gente pudiera ver lo que pasaba ahí. Qué importante para esa banda y qué buen gesto de la organización del festival. En cambio acá es todo para los headliners, y ya es aburrido. El underground tiene vida propia, y cuando escuchás los programas de radio muy establecidos te das cuenta de que no le dejan ni un hueco. Antes, cuando uno era underground, en la Pelo te hacían una review, capaz que te mataban, pero no importaba. Hoy no veo que vaya prensa de una revista mainstream, como era la Pelo. No veo periodistas. No importa, es así. El underground es maravilloso, el mainstream es aburridísimo, aunque para tocar de este lado y ganar plata está genial. Sugiero a la gente que no sea tan obvia y tan predecible, que no vaya a ver siempre lo mismo y vayan un poco a ver otros matices más interesantes que están en el underground.
–¿A qué apuntás con el tema Malos tiempos para las buenas canciones?
–No es un dedo acusador hacia un lugar en particular, porque no soy quién. Primero es un homenaje al grupo español Golpes Bajos, que tenía el tema Malos tiempos para la lírica. Tomé eso para decir que los tiempos nos han aberretado un poco, y me meto dentro de esa ola que nos aberreta a todos. No quiero decir que esté todo perdido, hay cosas muy interesantes. Hablo de un submundo en el que los bohemios andamos algo desangelados. Es una frecuencia, un aire contaminado de vacío que nos invade, con las honoríficas excepciones. Y es una sensación, ni siquiera una reflexión.
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