Aunque la salud le ha jugado malas pasadas, y después de una pulmonía hasta hubo médicos que le dijeron que no podría volver a tocar, el notable pianista que brilló en varias orquestas clásicas del tango sigue presentándose en vivo.
Por Cristian Vitale
Tiene 83 años y toca el piano mirando el sol por la ventana. Lo que suena es bellísimo y la tarde porteña, helada, parece templarse dentro del noveno piso de un edificio de Once. Osvaldo Berlinghieri sonríe. No es difícil escucharlo tocar, pero sí lo será oír su voz: hace tres años, una caída brava en el centro médico donde lo curaban de una pulmonía derivó en una traqueotomía que le impide comer por donde todos y emitir palabras con cierta continuidad. “¿Ve?”, dice él, mientras se levanta el buzo polar y la camisa de invierno para mostrar el canal alimentario. “Hace tres años que come por ahí, y está contento... se está rehabilitando de a poco”, interviene Leda, la mujer, nacida en Ancona, Italia, que lo acompaña desde las doradas épocas de Pichuco Troilo. Ella será anfitriona y portavoz. Intuirá y redondeará cada respuesta que este maestro histórico del tango al piano intente dar ante Página/12. “Yo toco tango, hoy y casi siempre. Siempre fui tango yo”, remarca Berlinghieri, desandando palabras entrecortadas, a veces cambiadas de lugar.
Fue tango –y algunos giros jazzeros– desde que, con 17 años, burló el permiso de su padre para salir del país un mes y se quedó tres años girando por el mundo. “Un año lo pasé en Cuba durante la época de Batista... la isla era joda, pura joda. Después volví y me fui a Bagdad, Siria y Persia con la orquesta de Caló... yo qué sé, pasé mucho tiempo de mi vida viajando. Menos por Rusia, anduve por todos lados”, recuerda él. Fue tango –y más profesional– como pianista enérgico y sutil de variopintas orquestas (las de Emilio Balcarce, Roberto Caló y Domingo Federico, entre ellas) antes de que el tango ingresara en su crisis sesentista. Y durante ella, cuando Aníbal Troilo le mandó una carta a Bolivia pidiéndole que se integre a su orquesta. “Osvaldo estaba tocando música tropical allá, porque le gustaba improvisar ¿vio?, y justo llegó la noticia... por supuesto que vino enseguida”, retransmite Leda lo que su compañero quiere decir: “¿Te acordás el nombre del hombre con el que tocabas en Bolivia, viejo?”, pregunta ella. El “viejo” lo recuerda: se llamaba Dante Leone. Berlinghieri atravesó doce años de su vida en la orquesta de Aníbal Troilo. Recuerda que fue complicado porque muchos “críticos” de la época intentaban boicotearlo. “Se agarraban de que él metía algunas improvisaciones, algunas cositas de jazz, para decir que estaba arruinando la orquesta de Troilo. Yo me acuerdo bien, porque Pichuco siempre lo defendió. Le dijo que hiciera lo suyo tranquilo porque los demás no sabían nada”, evoca Leda.
–¿Y usted cómo lo vivió, Osvaldo?
–No sé. Yo le dije que si lo perjudicaba en algo me iba de la orquesta, y él me contestó que hiciera lo mío, que estaba bien. ¿Sabe qué? Le debo mi estilo a Pichuco. Yo creé un estilo gracias a que él me dejaba cambiar algunas notas, improvisar. Troilo... muy bueno, el gordo.
El vínculo de la pareja con el creador de “Milonguero triste” profundizó sus ribetes afectivos desde el momento en que aquél les regaló la fiesta de casamiento, e incluso tocó en ella, una noche ultraestrellada de 1968. “Nos quería inmensamente el gordo... le ponía plata en el bolsillo a Osvaldo y le decía ‘vaya y cómprele flores lindas a la tana’, y también hacíamos intercambios de comidas en casa, pero lo principal era la música, claro. Troilo no dejaba que nadie tocara una nota de más, pero a él sí... no sé por qué”, dice Leda. El permiso de Pichuco para sus variaciones implicaron entonces un espaldarazo importante para el devenir de Berlinghieri, que encontró en dos tríos su sino renovador, casi vanguardista, en épocas duras para el género. El primero fue a través del trío que completaban Leopoldo Federico al bandoneón y Horacio Cabarcos en contrabajo. Tango por tres –registro discográfico de 1972– es un puntal de esos nuevos aires. Después llegó la juntada con Ernesto Baffa, que le dejó el camino allanado al Polaco Goyeneche, para que éste hiciera de su voz un sello de la época. “Me gustó más el trío con Baffa... tocar al lado de Goyeneche era impresionante”, se esfuerza en decir el pianista que también arregló, compuso y dirigió su propia orquesta.
–Usted grabó una versión de “Adiós, Nonino” y otra de “Lo que vendrá”. ¿Nunca tuvo la posibilidad de tocar con Astor Piazzolla?
–No. Yo lo admiraba, pero nunca toqué con él. No sé por qué aparecemos juntos en la tapa de un disco... Habrá sido cosa del sello que lo editó, no sé. Yo no entiendo de esas cosas.
Desarmados los tríos, Berlinghieri mantuvo el “cartel” gracias a los ocho años que protagonizó su música junto a la exitosa puesta de Tango Argentino que giró por el mundo. Después, bien entrados los noventa, sus apariciones musicales se fueron tornando más esporádicas –sobre todo en Argentina–, hasta que algunos músicos de la nueva camada tomaron el piso en que pasa sus días hoy. Daniel Falasca, Pablo Agri, Horacio Romo y Cristian Zárate, su ahijado artístico, le hacen más livianas las horas. Siempre ensayan y a veces abren la puerta y salen a tocar, como en el homenaje que ellos mismos le regalaron a fines del pasado año en el Tasso, o la fecha que les tocó en suerte el pasado miércoles en el CC 25 de Mayo. Leda lo prefiere así. “El, pese a lo que me habían dicho muchos médicos (que no iba a poder volver a tocar el piano), lo toca y muy bien, pero prefiero cuidarlo del frío ¿sabe? Es muy crudo... prefiero que no salga mucho a tocar.” Osvaldo se deja cuidar, pero no desprende sus manos de las teclas ni sus cuerdas vocales de las sugerencias de la fonoaudióloga. Y, cuando puede, mete bocado. “Quiero mucho a los jóvenes, a los chicos, los miro y ya sé lo que quieren... no me gustan los viejos, viejo soy yo, y no ando muy bien”, desliza sonriente. Y tose, mientras el crepúsculo se adueña del lado oeste de la ventana.
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