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miércoles, 3 de agosto de 2011

ENTREVISTA A BOBBY MCFERRIN. ACTUARA POR PRIMERA VEZ EN BUENOS AIRES.





















Cantante e improvisador –además de compositor y director de orquesta–, presentará mañana en el teatro Gran Rex un espectáculo que define como “solista y a capella”. No será un show convencional, sino una cita con la diversidad y el carisma interpretativo.

Por Santiago Giordano

“Seguir la propia senda, tan lejos cuanto sea posible. Ese es mi viaje”, dice Bobby McFerrin en medio de una de sus respuestas. Así de simple y así de inmenso. Cantante e improvisador –además de compositor, director de orquesta, productor–, McFerrin considera la originalidad como un proceso más que un objetivo; como un camino hacia ese horizonte que aun cuando se aleja a medida que se avanza hacia él, no deja de exaltar el deleite de la marcha. McFerrin se presentará mañana por primera vez en la Argentina. Lo hará en el teatro Gran Rex, después de actuar en Santiago de Chile, Río de Janeiro y San Pablo, y antes de su presentación en Montevideo, el domingo próximo en el Auditorio Nacional Adela Reta. Lo que trae no es un show convencional. Es uno que presenta como “solista y a capella”. Uno donde la improvisación, la diversidad, la variedad y el contacto con el público son el motor de una música que aun en su alto grado de virtuosismo no deja de ser inmediata y amigable.

Si una de las etiquetas posibles para su música ronda una idea de jazz, McFerrin es un artista políglota en el más amplio de los sentidos, como está sentado en una discografía que comenzó en 1982 y que desde entonces no deja de sorprender en la inclusión de diversidades. Trabajos como Spontaneous Inventons, Elephant’s Child, Medicine Music, Mouth Music; colaboraciones con el chelista Yo-Yo Ma, el pianista Chick Corea, el bajista y cantante Richard Bona, los actores Robin Williams y Jack Nicholson, con Los Muppets o con la Filarmónica de Viena; o el famoso “Don’t Worry Be Happy”, el tema que en 1988 fue número uno en las listas de los Estados Unidos y formó parte de la banda de sonido de la película Cocktail, pueden ser las puertas de entrada a un mundo en el que caben también Bach, Mozart, Los Beatles, el pop, músicas étnicas y cuanta cosa vibre cerca o lejos. De eso se trata cada uno de los conciertos de McFerrin.

“Todas las experiencias musicales que tuve forman parte de lo que hoy hago”, dice el músico. “Por cierto, no sé si es posible ‘resumir’ o sintetizar todo eso en mis conciertos, pero no me preocupa demasiado. Creo más bien que la idea se mantiene viva justamente mientras voy avanzando. La clave está en seguir adelante, en movimiento”. La charla continúa y McFerrin cuenta que para este tipo de presentaciones como solista se inspiró en las performances improvisadas del pianista Keith Jarrett. “Vi cuán lejos podía llegar él confiando en sus propios impulsos, yendo más y más profundo en ese mundo muy privado donde ocurre la creatividad”, explica.

Y enseguida agrega, como apurado en la aclaración: “No me malinterprete, amo los trabajos colectivos. El hecho de ser inspirado por otros músicos también es una gran aventura. Pero cuando seguís tu propia senda tan lejos como te lleve, ése es otro tipo de viaje, y yo sentí un llamado real a través de eso”. Lo de ser “solista y a capella”, cuenta también, no fue fácil al principio: “Me tomó algunos años llegar a dilucidar cómo podía cantar la música que estaba escuchando en mi cabeza –dice–. Recuerdo lo aterrorizado que estaba la primera vez que me largué a hacer veinte minutos de solo voz; después hice cuarenta minutos y poco más tarde un show entero. Ahora lo hago todo el tiempo. Poder hacer estos conciertos como solista, para mí es una gloria”.

–¿Qué papel juega la improvisación en sus conciertos solistas?

–La improvisación es la expresión gozosa y espontánea que está en el centro de lo que hago. Es muy importante para mí. Quiero que mi público sienta esa espontaneidad también, que sienta la alegría de estar completamente vivo. Siempre comienzo mis shows solistas con improvisación pura, cualquiera sea la música que salga de mí en ese momento. Mientras la noche avanza, canto algunas de las canciones que más amo, hago algunas de las piezas interactivas que he creado para lograr que todo el público pueda cantar y quizá invito a alguno de entre el público a cantar o bailar conmigo. No tengo ningún set, ni lista de temas ni orden programado. ¡Sobre eso también improviso!

–En su último disco, VOCAbuLarieS, usted canta en distintos idiomas. ¿El sonido de una lengua es también fuente de inspiración para improvisar?

–VOCAbuLarieS tiene frases y palabras de muchos idiomas, pero también tiene mucho de un idioma inventado, creado para la ocasión. Cuando improviso, me gusta tocar con sílabas, usando diferentes sonidos de consonantes y vocales. Algunas veces la gente me dice que eso suena como un lenguaje que conocen; incluso una vez una mujer llegó a asegurar que estaba hablando en un lenguaje africano, uno que yo ni siquiera había escuchado mencionar. El espíritu de ese lenguaje universal es parte de lo que quisimos volcar al crear la música coral para VOCAbuLarieS. Estoy muy interesado en los sonidos que pueden lograr nuestras voces, mostrar cuán profundamente los sonidos comunican y el modo en que diferentes lenguas han evolucionado desde nuestro impulso humano básico de hablarnos los unos a los otros.

–¿En qué medida la participación del público es parte de su performance en vivo?

–Mucho de lo que hago está pensado para conectar con el público. No se trata sólo de mostrarles lo que yo puedo hacer: se trata de disfrutar lo que todos podemos hacer, lo que se siente al cantar todos juntos. Los shows solistas tienen mucha interacción con el público y cada elección que hago como improvisador está afectada por el humor de la sala, por el clima que impone la multitud.

–¿Y hay algo que le interese lograr especialmente en esa interacción?

–En escena y en las grabaciones, siempre trato de comunicar alegría a mi público. La alegría de estar vivo, de tener la capacidad para cantar y tocar y crear. Quiero que ellos vayan sintiendo esa alegría.

–Usted también tuvo experiencias como director de orquesta. ¿De qué manera se influyen el cantante, el improvisador y el director?

–¡No se pueden separar! Soy un cantante que improvisa, y alguna vez ese cantante se levanta y dirige. Comencé a dirigir como un regalo que me hice a mí mismo, cuando cumplí 40 años, hace exactamente 20. Estudié seriamente, porque naturalmente quería hacer el mejor trabajo posible. Me di cuenta de que la idea de llevar allí a mi cantante para demostrar con mi voz cómo escuchaba mi fraseo, para incorporar mi propio background y estilo, ayudaba a los músicos y al público a entender mi interpretación de las piezas. Inclusive a veces logré que los músicos de la orquesta cantasen sus partes.

–Su padre fue cantante de ópera. ¿Incidió en su elección de ser cantante?

–Mi padre fue el mejor maestro de canto que conocí. Buscaba implacablemente la grandeza en cada uno de sus alumnos. Era un maestro muy demandante, que nunca endulzaba nada. Incluso algunas veces reducía a las lágrimas a su cantante, pero siempre obtenía resultados. Si no eras tan apasionado como él en el arte del canto, él no tenía tiempo para vos. Era un tipo muy disciplinado, un gran ejemplo para mí cuando tuve que comenzar a trabajar duro en mi oficio. Y por sobre todo eso, era un hombre muy humilde, siempre agradecido porque su voz era un regalo de Dios, y su trabajo era cuidar de ese regalo.

–¿Cómo fue su formación musical?

–Estudié clarinete y piano cuando era chico. Fui un pianista aficionado cuando adolescente y en la universidad estudié composición. Pero la educación musical más importante la recibí en mi casa, con la increíble variedad de música clásica, jazz y pop que escuchaban mis padres. También aprendí viendo a mi padre enseñar y practicar. La segunda escuela más importante que tuve fueron mis tempranas experiencias escuchando Miles Davis, Herbie Hancock y Keith Jarrett. Escucharlos a ellos haciendo música me cambió, revolucionó mi pensamiento musical. Allí es cuando la improvisación se vuelve central para el modo en que quiero hacer música.

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