Una muchacha y una guitarra
Por Mariana Enriquez
Creció en uno de los pueblos más ricos de Inglaterra, Eversley, con sus románticos estanques, cielos grises, verde musgo y las hermosas orillas del río Blackwater. Tuvo, ella misma lo dice, una niñez protegida y cálida en una casa llena de música y libros, tanto que soñaba con ser un personaje en una novela de Jane Austen. “Aunque probablemente vivir siempre encerrada en casa terminaría siendo opresivo... No sé, solía soñar con esa época, y cómo se hacían las cosas entonces.” Algo de esa existencia privilegiada empezó a molestarle a Laura Marling cuando era apenas una adolescente de 15 años. Dejó el colegio secundario, subió a su perfil de MySpace canciones folk serias y maduras que no mencionaban clubes, ni bailar, apenas chicos, y sólo con una hipermadura tristeza. Un año más tarde, en 2006, ya estaba en Londres y tocaba en la calle cuando no la dejaban entrar a sus propios shows por ser menor de edad. Incluso era un nombre conocido en la escena folk inglesa, que vive otro revival: fue parte de la primera formación de Noah and the Whales, colabora en vivo y en los discos con Mumford & Sons, pero siempre supo que era una compositora destinada a una carrera solista. En 2007 editó Alas, I Cannot Swin, un disco hermoso, pero sobre todo prometedor, excitante, misterioso. Ella misma era un enigma: una chica aristocrática, pálida como un fantasma victoriano, extrañamente hermosa y frágil, tan tímida que resultaba doloroso verla tocar y más aún intentar que diera entrevistas. El año pasado, a los 20 años, Laura Marling editó I Speak Because I Can, abandonó el rubio ceniza de sus comienzos y logró desprenderse de la timidez adolescente. “Me costó –cuenta–, pero me di cuenta de que es parte de ser una persona agradable. No es amable estar callada y ser hosca. También me dio miedo. No quería ser un clon femenino y contemporáneo de Nick Drake, que era dolorosamente tímido. Creo que murió de timidez.” En 2010 se la vio radiante y etérea ganando el Brit Award a la mejor cantante femenina, de blanco y sonriente. Hace poco grabó “The Needle and the Damage Done” de Neil Young con producción de Jack White, el hombre que mejor sabe encontrar el verdadero talento.
I Speak Because I Can tiene canciones sobre el amor y la muerte, terrenos habituales del folk que suenan nuevos en la voz de Laura, con un dejo de Fiona Apple, pero menos dramatismo, menos enojo y dolor, una tristeza lluviosa, contenida, inglesa. Escribe sobre llamadas no respondidas y paseos en bicicleta al mar nunca realizados (en la canción del título), cita y se inspira en cartas que mujeres les escribieron a sus esposos soldados durante la Segunda Guerra Mundial (“What He Wrote”), sube el ritmo y se escuchan sus risas en “Nature of Dust” o escribe una de las canciones más hermosas que hayan sonado últimamente, “Ramblin’ Man”: “Es gracioso cómo las primeras notas que llegan son las menores, que vienen a serenarte / Es difícil aceptar que una es alguien que no desea / Alguien que no quiere ser”. Laura Marling se deja influenciar por Joni Mitchell, Led Zeppelin, Townes van Zandt, Neil Young, Kate & Anna McGarrigle, Nick Drake, y mezcla todo con su propia voz de adolescente independiente y aristocrática, que quiere huir de ese nido protector y al mismo tiempo tiene miedo, entonces fuma y se malhumora y escribe sobre el amor y el miedo –“hace horas que trato de entender por qué me siento triste”– y las ganas de morir en Inglaterra y ser enterrada bajo la nieve (“Goodbye England, Covered in Snow”).
Laura Marling va a tocar en Buenos Aires el primer día del Quilmes Rock, el 19 de mayo. El mismo día que Jack Johnson, que cierra la noche. Johnson no importa, será olvidable: hay que ver a Laura, es ella la candidata a trascender. Basta chequear sus videos en vivo en YouTube para entender que su lugar es el escenario y la guitarra, basta escuchar sus graciosas y secas historias entre tema y tema, sus comentarios encantadores e irónicos. Ya es una artista impresionante y tiene tantos años para ser todavía mejor que pensarlo da vértigo.
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