Ante 58 mil fans, la banda volvió a dar una lección de cómo conjugar gran espectáculo y sensibilidad musical. U2 hizo que, más allá del megashow, primara la sensación de que nada tendría sentido si no fuera por las canciones.
Por Eduardo Fabregat
“La idea es llegar a un punto en el que la gran estructura desaparece”, dijo Bono en el almuerzo del lunes con periodistas argentinos. Bien, U2 ha llegado al punto: cerca de la medianoche, The Claw es un aquelarre de luces, destellos y movimientos, pero lo único que importa es el círculo sagrado que forman cuatro tipos en el núcleo de toda esa parafernalia. Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton están lanzados al épico final de “Where the streets have no name”, justo allí donde las calles no tienen nombre (o más bien sí, pero nadie los recuerda). La multitud está en éxtasis, 58 mil pieles de pollo, un nudo en el alma que se concentra allí, en el medio, donde todo sucede.El público argentino está ante la estructura más descomunal puesta jamás al servicio de un concierto de rock. Y lo único que importa es una guitarra, un bajo, una batería y una voz que invita al coro general que canta, grita que sí, que las calles no tienen nombre y estamos construyendo e incendiando. Y ahí vamos de vuelta, llevados por el viento.Prendidos fuego.
Está terminando el primer show de la tercera visita de U2: ¿alguien podía dudar que todo iba a terminar así? A los cínicos y a los superados, los que gustan jugar el juego de estar más allá de todo, les encanta ningunear a una banda capital en la historia de la música contemporánea. Está bien, cada cual tiene el derecho de quedarse en los pasillos de ciertas cosas. Pero otra vez, como en el PopMart, como en el Vertigo Tour, el cuarteto irlandés dio lecciones de cómo conjugar gran espectáculo y sensibilidad musical, cómo hacer que el megashow conforme la expectativa del público de rock de estadios, pero al cabo prime la sensación de que nada de eso tendría sentido si no fuera por las canciones.
Y U2 tiene algunas canciones. El arranque de la noche fue la perfecta amalgama entre su primera etapa de honda ruptura estética y musical (“Even better the real thing”, suerte de nave insignia de Achtung Baby), la prehistoria de “I will follow” y la ardiente actualidad de la banda: si hubo algunos críticos que enarcaron las cejas con el material de No line in the horizon, la potencia y coherencia de “Get on your boots” (donde la banda se lanzó a recorrer con elegancia el territorio exterior de la puesta) y la épica “Magnificent” borró toda duda. No resultó nada casual que fuera “Moment of surrender”, otra de las canciones más recientes, la que liquidara la faena un par de horas después: melancólico moño, recargadísimo emocionalmente por la sentida dedicatoria de Bono “con nuestro amor, para Gustavo Cerati”: se cerraba una montaña rusa de emociones contenidas en los hitos que la banda ha sabido atesorar.
En algún pasaje, incluso, ese concepto de “montaña rusa” es tremendamente gráfico: : promediando la velada, Bono lanzó ese celebérrimo absurdo de “uno, dos, tres... catorce!”. Y cuando todos estaban ganados por ese clima rockerísimo, la discotequera versión de “I’ll go crazy If I don’t go crazy tonight” irrumpió y modificó el clima del estadio con una naturalidad ciertamente increíble para semejante combinación. Y todo parece una gran disco, pero la versión –radicalmente diferente a la del álbum– termina con el redoble más conocido de la carrera del grupo, y “Sunday bloody Sunday” hace retemblar La Plata. Como si nada, la banda se mueve entre aguas tan diferentes y lleva a todo el mundo de las narices.
El Estadio Unico que se estrenó como sede de grandes citas ayudó a que el natural poder de las cancions del grupo se multiplicara. Al comienzo incluso en exceso, cuando hubo que trabajar un sonido que se ensañaba con el techo y la estructura metálica. Pero a medida que los melones se acomodaban, la explosión de otra tanda de clásicos llevó a una conclusión natural: a los 25 minutos de show, U2 tenía el partido dominado, ganado y jugaba a voluntad.
En el show hay momentos clave, que no varían en toda la gira: el núcleo duro de un concierto en el que hay modificaciones todas las noches, entran y salen diferentes piezas del cancionero irlandés. Está claro que no puede faltar ese mortífero bloque que arranca con “Mysterious ways” (¡Qué bien envejece, o mejor dicho añeja, Achtung baby!), sigue con un “Elevation” que hace sentir a todos que sí, efectivamente flotan un metro sobre el piso, y cierra con “Until the end of the world”. Ese otro clásico del disco que abrió los ’90 y reformuló el sonido del rock y las puestas de estadio propicia el momento en el que Edge y Bono se torean, uno cantando y el otro punteando, ya no a través del escenario sino desde dos puentes móviles que se acercan hasta dejar sus manos a unos centímetros.
Tampoco puede faltar la emoción inenarrable de “One” –que enciende un mar de pantallitas de celular– y “I still haven’t found what I’m looking for”; ya no está la preciosa versión acústica que hacían de “Stuck in a moment” en la primera parte de la gira, pero sí “In a little while”, gran momento de All that you can’t leave behind, la última canción que escuchó Joey Ramone antes de morir, y que en la capital provincial detiene los relojes, la rotación de la tierra, todo: recién cuando termina y el grupo se embarca en la cabalgata de “City of blinding lights”, con la pantalla estirándose en prismas hasta casi alcanzar a los músicos, la gente parece volver a respirar.
No se trata solo de canciones. En escena, donde se ven los pingos, el cuarteto demuestra que cuando hay talento los años no pasan en vano. Presentados por “Carlitos Tevez Bono” como “el más joven en U2, La Pulga Larry Mullen Jr.; el Pipita Adam Clayton, el hombre sin nombre, el que está en todos lados y siempre en el lugar justo, el Pupi Zanetti The Edge”, los cuatro U2 transitaron ese sauna de lava eléctrico con la sapiencia de viejos zorros y la presencia de una banda de rock sin fisuras, cuatro usinas de carne y hueso en medio de tanta tecnología. Ese tremendo cierre con las calles sin nombre, esa sensación de estar viendo, escuchando, experimentando algo que no tiene nombre, tuvo su justo complemento en una tanda de bises que hiló la furia de “Hold me, thrill me, kiss me, kill me” con la altísima emoción de “With or without you”, con el estadio hecho una sola voz.
U2 puso en La Plata algo más que la maquinaria de The Claw. Puso el fuego de los grandes de verdad, garra de campeón. Como sus admirados Clash, vino a reclamar en el siglo XXI el título de La única banda que importa ver. Nada menos.
U2
360º Tour
Músicos: Bono (voz, guitarra), The Edge (guitarra, voz), Adam Clayton (bajo), Larry Mullen Jr. (batería, coros).
Director de la puesta: Willie Williams.
Público: 58 mil personas.
Duración: 150 minutos.
Banda invitada: Muse.
Estadio Unico de La Plata, miércoles 30 de Marzo 2011.
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