El sexteto de Chicago acaba de publicar su último
álbum de forma independiente, por eso todavía no tiene edición local. En
su show en Frankfurt estremeció al público con un show intimista, pero
con una variedad de estilos asombrosa.
Por Cristián Elena
A esta altura no es aventurado imaginar que en algún momento del año
próximo ese sucedáneo trotamundos llamado The Wailers vuelva a pisar
Ezeiza para hacer cada vez más presente la ausencia de Bob Marley, o que
Megadeth pase para poner a prueba la lealtad de sus fans argentinos
nuevamente. Algunos integrantes de la miríada de artistas y bandas que
la Argentina generosa recibe anualmente se han convertido en “gente de
la casa” o algo así. Sin embargo, existen otros casos que parecen estar
abonados al amague y al rumor en condicional, haciendo que la ansiedad
entre sus fans argentos cotice alto. Wilco tal vez sea hoy en día el
ejemplo más prominente. La pregunta sobre una posible presentación del
sexteto de Chicago en la Argentina se ha repetido con avidez tras la
edición de –por lo menos– sus últimos cuatro álbumes. Y, a juzgar por el
show que Página/12 presenció en Frankfurt, Alemania, días atrás, tanta
expectativa está totalmente justificada.
En la Alte Oper (finísima sala que solía ser parada obligatoria de Mercedes Sosa en sus giras europeas), Wilco invita al público a pasar a lo que debe ser una reproducción a escala del mítico loft que mantiene en su patria chica, incluida una porción generosa de las más de cien guitarras que –se dice– la banda acopia allí. Y es en esa intimidad de living donde Jeff Tweedy, con su look sempiterno de siesta reciente, aparece junto a sus compañeros (John Stirrat en bajo, Glenn Kotche en batería, Mikael Jorgensen en teclados, Nels Cline en guitarra y Pat Sansone en guitarra y teclados) para iniciar una excursión por su vasto repertorio con “One Sunday Morning”, que paradójicamente cierra el flamante The Whole Love.
Ya para el tercer tema (“Art of Almost”, también del nuevo disco) la banda ha revisitado todos los estilos en los que se ha tratado de encasillar su música: folk, progrock, pop beatle, krautrock y demás. Justo sería reconocer que, en más de quince años de trayectoria, Wilco ha logrado una amalgama que es la que pone a las bandas relevantes por encima del resto del pelotón: un sonido identificable, que sin falsa modestia pueden atribuirse como propio. En “One Wing”, otro punto alto del concierto, Jeff Tweedy canta “Eramos parte de un pájaro/ esto es lo que pasa al separarnos/ un ala sola no puede volar”, y define el final del amor con sobriedad y un dejo de ironía. Como en todas sus letras, es inútil buscar allí el gesto plañidero. Del mismo modo que resulta en vano buscar el eslabón débil en la aceitada cadena que conforman Tweedy y sus muchachos, porque tal cosa no existe: son seis músicos versátiles, que interactúan sin pisotearse y que, con frescura contagiosa, logran transportar al escenario la filigrana que es parte esencial de su trabajo en estudio.
Aun así, sería imperdonable soslayar la labor de Nels Cline, el comodín que lleva a la banda a dimensiones antes apenas anheladas. Cline, quien el año pasado sí visitó la Argentina con su trío, es un iconoclasta que conoce tanto los secretos del noise como el vocabulario de los maestros del jazz (incluso de aquellos que no eran guitarristas, como John Coltrane). Desde la ferretería de guitarras y pedales de efecto que inundan su rincón del escenario, atiende toda la variedad de climas que piden las canciones de Tweedy. En un momento puede ser el sutil encantador de serpientes que le exprime a su lapsteel los gemidos más dulces (“Black Moon”), para luego comandar los abrasadores raídes de ruido y disonancias que la banda suele lanzar sobre su propia música (no para destruirla, sino para demostrar que, detrás de lo que se percibe como caos, a veces se esconden otras formas de belleza). La dinámica “loudQUIETloud” es un campo que suelen arar otro tipo de bandas, lo cual no impide que Wilco la emplee con maestría. Tal vez el mejor ejemplo de la noche sea “Via Chicago”, que en el primer compás enciende la aprobación cómplice del público: Tweedy canta con una serenidad que roza la indolencia y, a sus espaldas, sus colegas irrumpen sin previo aviso, tocando la música atronadora que produce un edificio cuando cae por desidia, llevándose puesta la capacidad de asombro colectiva. En ese trámite, Tweedy no sale del modo “calma chicha” y hace pensar en aquel guerrero (zen, en este caso) que jamás detiene su marcha. Ver para creer. Escuchar para estremecerse.
A lo largo de dos horas habrán sonado las gemas jóvenes del nuevo disco como “Born Alone”, “Dawned on Me” y “Capitol City”, alternándose sin desentonar con infaltables de la talla de “I Am Trying to Break your Heart”, “Handshake Drugs”, “Jesus, Etc.” y “Hummingbird”. Pero la lista de temas también habrá tenido un espacio reservado para las rarezas que tocan un nervio especial en el fan cautivo: el turno –entre otras– de “Theologians” y “Box Full of Letters”. ¿Cuánto falta para que el público argentino pueda corroborar lo que desde muy lejos describe esta crónica? La respuesta tal vez esté en el título de esa pieza de cuño harrisoneano que Wilco toca salteado: “Nunca se sabe”.
En la Alte Oper (finísima sala que solía ser parada obligatoria de Mercedes Sosa en sus giras europeas), Wilco invita al público a pasar a lo que debe ser una reproducción a escala del mítico loft que mantiene en su patria chica, incluida una porción generosa de las más de cien guitarras que –se dice– la banda acopia allí. Y es en esa intimidad de living donde Jeff Tweedy, con su look sempiterno de siesta reciente, aparece junto a sus compañeros (John Stirrat en bajo, Glenn Kotche en batería, Mikael Jorgensen en teclados, Nels Cline en guitarra y Pat Sansone en guitarra y teclados) para iniciar una excursión por su vasto repertorio con “One Sunday Morning”, que paradójicamente cierra el flamante The Whole Love.
Ya para el tercer tema (“Art of Almost”, también del nuevo disco) la banda ha revisitado todos los estilos en los que se ha tratado de encasillar su música: folk, progrock, pop beatle, krautrock y demás. Justo sería reconocer que, en más de quince años de trayectoria, Wilco ha logrado una amalgama que es la que pone a las bandas relevantes por encima del resto del pelotón: un sonido identificable, que sin falsa modestia pueden atribuirse como propio. En “One Wing”, otro punto alto del concierto, Jeff Tweedy canta “Eramos parte de un pájaro/ esto es lo que pasa al separarnos/ un ala sola no puede volar”, y define el final del amor con sobriedad y un dejo de ironía. Como en todas sus letras, es inútil buscar allí el gesto plañidero. Del mismo modo que resulta en vano buscar el eslabón débil en la aceitada cadena que conforman Tweedy y sus muchachos, porque tal cosa no existe: son seis músicos versátiles, que interactúan sin pisotearse y que, con frescura contagiosa, logran transportar al escenario la filigrana que es parte esencial de su trabajo en estudio.
Aun así, sería imperdonable soslayar la labor de Nels Cline, el comodín que lleva a la banda a dimensiones antes apenas anheladas. Cline, quien el año pasado sí visitó la Argentina con su trío, es un iconoclasta que conoce tanto los secretos del noise como el vocabulario de los maestros del jazz (incluso de aquellos que no eran guitarristas, como John Coltrane). Desde la ferretería de guitarras y pedales de efecto que inundan su rincón del escenario, atiende toda la variedad de climas que piden las canciones de Tweedy. En un momento puede ser el sutil encantador de serpientes que le exprime a su lapsteel los gemidos más dulces (“Black Moon”), para luego comandar los abrasadores raídes de ruido y disonancias que la banda suele lanzar sobre su propia música (no para destruirla, sino para demostrar que, detrás de lo que se percibe como caos, a veces se esconden otras formas de belleza). La dinámica “loudQUIETloud” es un campo que suelen arar otro tipo de bandas, lo cual no impide que Wilco la emplee con maestría. Tal vez el mejor ejemplo de la noche sea “Via Chicago”, que en el primer compás enciende la aprobación cómplice del público: Tweedy canta con una serenidad que roza la indolencia y, a sus espaldas, sus colegas irrumpen sin previo aviso, tocando la música atronadora que produce un edificio cuando cae por desidia, llevándose puesta la capacidad de asombro colectiva. En ese trámite, Tweedy no sale del modo “calma chicha” y hace pensar en aquel guerrero (zen, en este caso) que jamás detiene su marcha. Ver para creer. Escuchar para estremecerse.
A lo largo de dos horas habrán sonado las gemas jóvenes del nuevo disco como “Born Alone”, “Dawned on Me” y “Capitol City”, alternándose sin desentonar con infaltables de la talla de “I Am Trying to Break your Heart”, “Handshake Drugs”, “Jesus, Etc.” y “Hummingbird”. Pero la lista de temas también habrá tenido un espacio reservado para las rarezas que tocan un nervio especial en el fan cautivo: el turno –entre otras– de “Theologians” y “Box Full of Letters”. ¿Cuánto falta para que el público argentino pueda corroborar lo que desde muy lejos describe esta crónica? La respuesta tal vez esté en el título de esa pieza de cuño harrisoneano que Wilco toca salteado: “Nunca se sabe”.
Una temporada en el amor
La edición argentina de The Whole Love, el álbum que Wilco está
presentando en su gira europea, es aún incierta. La banda de Chicago
eligió el camino de la independencia creando dBpm Records, su sello
propio. Es conocido (por lo ridículo) el trámite que en 2002 los llevó a
fichar para el sello Nonesuch, luego de que Reprise Records rechazara
el material de Yankee Hotel Foxtrot (y quien no lo conozca puede
repasarlo en el excelente documental I’m Trying to Break your Heart).
Detalle picante: tanto Reprise como Nonesuch eran subsidiarias de Warner
Music.
La formación responsable de The Whole Love terminó de consolidarse en 2004, después de años de fluctuación de personal; al mismo tiempo, Jeff Tweedy lograba retomar control sobre sus tormentas personales. Desde afuera es aventurado precisar cuál de los procesos influyó en cuál. Lo cierto es que hoy las artes compositivas de Tweedy lucen soberbias y, al cruzarse con la destreza instrumental de sus colegas, generan sinergia pura. A los siete minutos de tensión con que abre “The Art of Almost” y los doce con que cierra “One Sunday Morning” no les sobra ni un segundo y dan cuenta de un estado de libertad absoluta. En el medio está todo lo demás: la gracia pop de “Born Alone” y “Standing O”, los aires de vodevil de “Capitol City”, la melancolía de “Black Moon” y “Rising Red Lung”, y –se vuelve inevitable la cita– rastros de un lenguaje amplio que Los Beatles crearon y cultivaron a partir de “Rubber soul”. Desde el título, Wilco pondera esta joyita como “el amor completo”; bien vale la pena entonces creerles a sus integrantes y prepararse para pasar una gratificante temporada en el amor.
La formación responsable de The Whole Love terminó de consolidarse en 2004, después de años de fluctuación de personal; al mismo tiempo, Jeff Tweedy lograba retomar control sobre sus tormentas personales. Desde afuera es aventurado precisar cuál de los procesos influyó en cuál. Lo cierto es que hoy las artes compositivas de Tweedy lucen soberbias y, al cruzarse con la destreza instrumental de sus colegas, generan sinergia pura. A los siete minutos de tensión con que abre “The Art of Almost” y los doce con que cierra “One Sunday Morning” no les sobra ni un segundo y dan cuenta de un estado de libertad absoluta. En el medio está todo lo demás: la gracia pop de “Born Alone” y “Standing O”, los aires de vodevil de “Capitol City”, la melancolía de “Black Moon” y “Rising Red Lung”, y –se vuelve inevitable la cita– rastros de un lenguaje amplio que Los Beatles crearon y cultivaron a partir de “Rubber soul”. Desde el título, Wilco pondera esta joyita como “el amor completo”; bien vale la pena entonces creerles a sus integrantes y prepararse para pasar una gratificante temporada en el amor.
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