Por Eduardo Slusarczuk
El Chango Spasiuk vuelve a tocar en Buenos Aires, en el teatro Opera, dos años después de la presentación en sociedad, en el Coliseo, de su álbum Pynandí (Los descalzos) (2009). A diferencia de entonces, hoy no hay disco nuevo como excusa. Sin embargo, tratándose del acordeonista misionero, bien vale la pena invertir los términos, y proponer su llegada a la “calle Corrientes” como excusa para una charla. Larga.
En la tarde porteña, aún en medio de ese enorme escenario de prefabricado desprejuicio palermitano, la calma que transmite Spasiuk se percibe auténtica. El jugo natural que lo espera sobre la mesa es natural desde siempre. Su hablar pausado, que acompaña mirando a fondo, es marca de fábrica. Y la ternura con la que habla de Lucía, que ya tiene “casi 14”, es la misma que desnudaba cuando la chica que ahora hace la tarea en el saloncito de al lado recién daba sus primeros pasos.
Es desde ese mundo de paz consigo mismo que desalienta falsas expectativas. “Por ahora sigo trabajando alrededor de Pynandí. Porque no se trata tan sólo de un repertorio, sino que es un concepto sonoro. Entonces, todo es dicho a través de ese concepto, que consiste en un contexto sonoro más acústico y camarístico, en el que no hay 10, 12, 15 o 20 canciones sino una sola, que uno está tratando de tocarla cada vez mejor”, explica el músico.
Spasiuk señala entonces que “uno tiene que perfeccionar su lenguaje, porque es su instrumento y su herramienta”. “Pero –sigue-, por sobre todas las cosas, se trata de encontrar un balance entre lo que uno llama el desarrollo de la forma y el contenido. A veces, en la sociedad moderna hay un excesivo desarrollo de la forma, hay un gran manejo de esas herramientas, sin saber para qué. Sin saber cuál es la necesidad de esa acción ni cuál el contenido que se quiere expresar a través de esa forma, de esa herramienta y de esa acción.”
Y no subordinar lo que se quiere decir a las cuestiones técnicas.
Claro. Pero tampoco hay que quedarse en que uno tiene algo para expresar, sino que hay que intentar hacer una obra de arte, en esa expresión. Hay que preocuparse por ser responsable en ese desarrollo, en el uso de esa herramienta. Sin que eso signifique complejizar las cosas. En la música se suele usar mucho el concepto de desarrollo como el ir hacia algo cada vez más complejo. Y muy pocas veces he visto gente que tome ese concepto como a mí me gusta tomarlo también, que es desarrollar algo en el sentido de despojarlo de todo lo que no le resulte necesario. Dejar lo justo.
¿Qué es lo justo?
Lo justo depende de cada momento. Eso va variando. Pero lo importante es qué es lo justo en este momento para mí. Y lo que es importante es lo que se está viendo y lo que está recibiendo el otro, la gente, a través de un CD llamado Pynandí (Los descalzos), a través de los conciertos, de lo que estoy haciendo ahora. En este momento, lo que yo considero lo justo es eso. Dentro de mi talento y de mis limitaciones. Pero lo justo al fin.
¿Le fuiste agregando nuevos elementos a “Pynandí”, desde que lo grabaste hasta ahora?
En verdad, es como si fuera la misma canción con muchos rostros. Por momentos más melancólico, más triste, más optimista, más alegre, más esperanzador. Cuando yo tenía 12 años, y tocaba el acordeón en el patio de mi casa, estaba tratando de sonreír. Hoy, ya no tengo 12, ni toco en el patio, delante de mis padres, pero cada vez que toco sigo tratando de sonreír. De eso se trata. De crear un mundo sonoro en el cual alguien se puede sentir, por momentos, a salvo. De crear un mundo sonoro en el cual, por un momento, uno puede saborear y sentirse tocado por algo distinto, que no es entretenimiento.
¿Renegás del entretenimiento?
No. Ni estoy denigrando la palabra. Pero ocurre que a veces entretenimiento es sólo algo que sucede fuera de uno. Y a mí me gustan las situaciones en las que las cosas suceden adentro. Y no quiere decir que sea aburrido. En algunos casos es hasta bailable. En los casamientos, en las celebraciones, no sólo pasan cosas afuera. En esa danza colectiva pasan muchas cosas internas también. Por eso la palabra celebración es tan hermosa. Por eso, en esa construcción sonora, estética, hay lago que tiene que ver con la historia, con la sangre, con el lugar de donde viene toda esa historia, con aquello a lo que uno llamaría tradición, y hay otras cosas que tienen que ver con algo absolutamente innombrable en el lenguaje conceptual, y pero que están ahí, que se saborean.
¿Cómo es eso?
Yo soy de Misiones. Toco música que se supone que es de ahí, y que tiene que ver con inmigrantes, mestizos, con criollos. Que tiene que ver con las fronteras, con el río Uruguay, el Paraná. Con la historia y los oficios. Con el paisaje de ese lugar. Y tiene que ver con el hombre. Y el hombre no es sólo todos esos elementos que acabo de enumerar. El hombre es algo más, que yo no soy quién para decir qué es ese algo más. Pero, de alguna manera, hay algo que se puede saborear en eso. Por eso ese lenguaje sonoro no solamente tiene que ver con jóvenes o viejos, campo o ciudad, sino que tiene que ver con tocar el corazón del hombre. Y el corazón del hombre no sólo tiene que ver con el lugar donde nació, sino con un montón de otras cosas.
Entre otras, con su propia situación personal, afectiva…
Es que la música está directamente relacionada con la vida. Y uno no puede sacar la música de la vida. Sin vida no hay música. De modo que la música está relacionada con lo que uno vive, con lo que uno piensa, con lo que uno anhela. Con lo que uno se pregunta, con lo que uno necesita.
¿Sos consciente de todo eso, en el momento en que estás tocando?
No. Cuando estoy tratando de hacer algo, trato de ser total. Y en ese proceso, no estoy pensando en lo que está sucediendo. Cuando estoy tocando, estoy tratando de sonreír. Estoy tratando de sentirme a salvo por un ratito. Yo no puedo concebir la idea esa de que el músico da y los demás reciben. El músico está tan necesitado como todos. Y, simplemente, cada uno cumple un rol diferente en ese espacio colectivo creado por todos, de la música en vivo. Son diferentes roles. Por eso, cuando estoy tocando estoy tratando, también, de ser tocado por eso que está sucediendo
Más allá del entretenimiento
¿Puede suceder que no se genere esa conexión?
Puede pasar. Pero ni siquiera depende de uno. Porque lo que suceda siempre es un regalo para todos. No estoy pecando de falsa humildad ni de ser complicado. Sino que todo está como demasiado manoseado y vapuleado. Y creo que habría que poner en valor, de nuevo, un montón de cosas, en torno a cuestiones musicales, culturales, artísticas. En el sentido de lo importante que es, en la construcción de una sociedad, de un país, por ejemplo, su música popular. Por todo lo que en ella está implícito. Por toda la carga de contenidos que hay en ese lenguaje sonoro. Por eso hablo de volver a poner en valor. Por ahora, la palabra más usada es entretenimiento. Yo propongo agregarle otro valor, además de ese.
¿Le adjudicás algún rol, en ese sentido, a la escuela?
No necesariamente. Trasladar esa búsqueda al ámbito institucional podría ser como la circunstancia, el fruto de otro tipo de acción. Pero cuando hablo de poner en valor, estoy hablando de que reconocer, y en el reconocer legitimar, y en el legitimar, incluir. Y en el concepto de país agregar un par de piezas que a veces no están.
¿Cómo se hace desde lo no institucional?
Las instituciones son un reflejo del individuo. Todo lo que vemos fuera nuestro es un reflejo de nosotros. Tiene que nacer de mí ese interés de leer que en esto hay un montón de elementos. Es como cuando esperamos que suceda algo fuera de nosotros, para después acoplarnos, cuando, en realidad, la cuestión es que para que eso suceda fuera de nosotros tiene que suceder algo dentro nuestro, primero. Es un juego peligroso, pero habría que llevarlo a la acción. Es como muy primario pensar en que solamente en las instituciones tiene que haber una bajada. Estoy hablando como algo cotidiano. En esa cuestión cotidiana de la comida, de pequeñas situaciones que nos son propias. Sentir que en eso hay mucho más que lo que creemos que hay. Tenerlo incorporado, y no que desde la institución vengan y me lo impongan, mientras yo lo sigo viendo como algo ajeno. Sino, al contrario, que cuando lo veamos en los medios de comunicación, ya reconozcamos algo de eso en nosotros. Es cierto que, por ejemplo, el canal Encuentro es un espacio sumamente constructivo en esa dirección, en tanto genera una gran diversidad de contenidos que enriquecen nuestro mundo. Pero no podemos ver esos contendidos fuera de nosotros. Esos contenidos son para mostrarnos algo que somos nosotros. Entonces, yo tengo que aprender a sentir que todo eso soy yo. No encerrarnos en el mecanismo de que lo que veo y me gusta soy yo, y que lo que veo y no me gusta no soy yo. Sino que todo lo que veo está ahí para mostrarme lo que soy como sociedad, como familia, individuo, como país, como una construcción colectiva en el cual se manifiestan un montón de aspectos míos. Desde la música, el arte, la comida, la política, la educación...
Esto que decís no es nuevo en tu discurso. ¿Notás algún cambio, para pero, o para mejor?
Creo que las generaciones de músicos nuevos tienen más claros estos conceptos, que los están poniendo todo el tiempo sobre la mesa y están debatiendo sobre esto. Siento que, en ese aspecto, nuestra sociedad ha madurado. Pero no se puede desconocer la degradación de un montón de cosas. La liviandad que predomina en el comportamiento ante distintas situaciones. Pero no es mi rol el de sociólogo. A lo sumo trato de estar atento para ver de qué manera puedo ser constructivo en ese contexto.
Descubriendo universos
¿Pequeños Universos es parte de ese aporte?
Sí. Pero es necesario destacar que mi mirada no es la de que esto es lo que debería haber en los medios, y todo lo demás, no. Sino, más bien, la de que esto también debe estar en los medios. Esto también somos. Mi atención está puesta en ese tipo de cosas. Y uno la comparte en un contexto de gran diversidad de contenidos como es, por suerte, el canal Encuentro.
¿Qué es lo más importante que aprendiste haciendo el programa?
Lo que más he aprendido es a callarme. A no hablar. Para mí, ha sido un regalo no tener que hablar, no tener necesidad de contaminar para nada esas situaciones. Poder dejar que las cosas sean como se ven. Y ratifiqué lo obvio: que la Argentina es un país con una diversidad increíble, inmenso y bellísimo, en cuanto a su diversidad musical. No se cuántos países pueden tener tantas geografías musicales con sus estéticas tan definidas. Con sus propias construcciones instrumentales. Y, por último, aprendí a sentir la esperanza. No hay contexto por el que haya pasado en el que no haya sentido la esperanza. Siempre he encontrado eso.
Es interesante, porque solés visitar sitios con muchas carencias.
Como dice Yupanqui: ‘En los lugares más agrestes y duros he encontrado al hombre más dulce y la música más dulce, jugosa y esperanzadora’. Es importante, para mí, darme cuenta de eso que he visto. Y lo valoro muchísimo. Encontrar esa esperanza. Y si tengo que tomar una de esas cosas para mi música, es justamente la esperanza. Mi música, por momentos, puede ser alegre, por momentos muy triste, pero siento que siempre tiene esperanza. El chamamé es una música sumamente esperanzadora, que no es solamente alegría. Esperanza es una palabra que me gusta mucho.
El chamamé
El chamamé, justamente, ha sido tomado muchas veces como una música superficial.
Sí. Pero esa mirada es producto de la ignorancia, de un profundo desconocimniento.
¿Te pesa la responsabilidad de haber sido uno de los músicos que impulsaron una revalorización del género?
No, porque nadie me ha puesto en un lugar en el que tenga que cumplir un rol que no haya asumido estimulado por una motivación personal de hacer mi propia construcción sonora y estética. Egoístamente, estoy tratando de hacer una música que me gusta a mí, que me hace sentir bien. Pero sí soy consciente de que eso también puede ser un elemento de construcción social. Entonces, existe una cierta responsabilidad. Uno se está expresando con un lenguaje que tiene una historia, y uno tiene que estar dentro de todo a la altura de la historia de ese lenguaje. El chamamé no es un espacio para decir boludeces. Tránsito Cocomarola, Isaaco Abitbol, Ernesto Montiel, Blas Martínez Riera, Antonio Tarragó Ros son grandes personalidades de la música del litoral, que se esforzaron por crear un mundo sonoro teniendo como horizonte la belleza. Entonces, uno no puede subirse a esa parte de la historia para decir otras cosas. Por eso, trato de estar atento y de ser respetuoso de eso. Pero no me pesa. Por ahí, sí siento que durante estos últimos tiempos he tenido como muy demasiado reflexivo, introspectivo. No le presto mucho la atención a eso. Pero como he tallado tanto, con tanta fuerza, en el respeto por la diversidad, por la diversidad de forma, en no juzgarte desde la ignorancia, entonces pareciera que estoy todo el tiempo con los botines de punta tratando de reeducar en la manera de relacionarnos con nuestra propia historia. Entonces, siento que en algún momento me podría relajar. Sin que eso signifique terminar haciendo cualquier cosa. Por ahí, en un tiempo tendré que hacer un disco más parecido a lo que fue Polcas de mi tierra, de sacar todo afuera. Un disco que, cuando lo ponés, es como si entrara el sol por la ventana.
El Opera
El Chango habla, piensa y vuelve a hablar. De cuánto le gustan las sonatas para piano de Beethoven, de ampliar el área de influencia de Pequeños universos al Mercosur, de su asesoramiento musical a Andrés Wood en la realización de la película Violeta se fue a los cielos, de sus colaboraciones con músicos como Rafael Gintoli, de sus encuentros con sus colegas Raúl Barboza –en Francia- y Kepa Junquera -en Suiza-, y la charla se extiende sin más límite que las obligaciones laborales. Entonces, el aquí y ahora reaparecen con mandato de pregunta casi obligada.
¿Tiene un significado especial tocar en el Opera?
Es significativo. Porque es volver a tocar en Buenos Aires después de dos años, en la calle Corrientes, donde nunca había tocado, excepto en el ‘89, en el Teatro Presidente Alvear. Y trataremos de que sea una celebración. De crear un espacio de música en el cual cada uno pueda jugar, sonreír y sentirse a salvo por un rato. No voy a mentir con que haya algo más novedoso. Es como dije al principio: la misma canción, otra vez. Esperemos tocarla mejor que hace dos años. Pero es un desafío. Es mi país. Es como si fuera a tocar a Apóstoles.
Ahí, seguramente, te deben mirar con más recelo…
Bueno, este año, a la Fiesta de la Yerba Mate fueron los Wachiturros.
Bueno, es que de eso es de lo que hablaba. Eso también somos. Eso también soy yo. Pero también somos un montón de cosas que la gente no conoce. Un montón de de músicas que son una hermosa revelación. A veces miro la programación de la Fiesta, en Apóstoles, y digo: ‘Ay ay’ Pero, igual, están en todo su derecho. Es parte de la espontaneidad del lugar. Y está bien que sea así. No tiene sentido que me enoje. En realidad me sonrío, porque no puedo estar enojado con la vida. La vida me ha dado mucho más de lo que yo esperaba que me diera. Entonces no puedo sentirme mal, ni ahí.
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