"LA PROFUNDIDAD DEL TANGO NO TERMINA"
El notable bandoneonista tiende puentes entre su valioso futuro y lo que vendrá y resalta la presencia de varias figuras jóvenes que producen una renovación necesaria: “Se ven músicos muy talentosos con un futuro grande, pero se necesita más difusión”.
Por Cristian Vitale
“No jodamos, nosotros no vamos a salvar al tango... El tango se salva solo.” Raúl Garello desactiva de entrada cualquier sospecha de epopeya misional, redentora. Es lo contrario: el arreglador, compositor y ex bandoneonista de Aníbal Troilo se sumerge en un todo absoluto que lo envuelve. Lo redime a él, más bien. De ahí que Tiempo fuerte, disco que acaba de salir por Acqua Records, sea definido como una rama más para un fuego inextinguible. “Un algo más para que esto siga ardiendo”, subraya, a punto de mostrarlo este viernes y sábado en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1535). Se trata de una obra cuyo eje ubica a este músico de 74 años, empapado por un pasado de batallas contra la decadencia del género, como faro de las nuevas generaciones. Un conglomerado de diez piezas bañadas por temáticas actuales: el desencanto y la hipocresía de una época sin fantasías (“Todo es un berretín de tome y traiga”), los estragos del paco en los pibes pobres (“Paco a Paco”) o la vida errante de una potencial chica Almodóvar (“Danza invisible”).
“Fue brotando natural, ¿vio? De la observación. Yo lo que hice fue ponerles música a los textos de mi hermano Rubén, de Raimundo Rosales y José Tcherkaski, trabajar sobre ellos. Los pibes que mata el paco me dieron una mirada de franqueza, una crónica de hoy, igual que ‘Todo es un berretín’, que no es precisamente una belleza en el sentido social. Estas letras le fueron dando espíritu al contenido”, define. Un contenido hermanado con un enfoque musical intenso, duro en su belleza, que se manifiesta no solamente en los temas cantados, sino también –tal vez más nítidamente– en las piezas instrumentales: el homónimo que abre el CD, “Radicheta y Ajo” o “Mico”. “Para poner un faro y que no nos perdamos está ‘Che Bandoneón’”, puntualiza Garello sobre la versión de Troilo y Manzi, que lo enlaza con el pasado.
El primer zarpazo importante del bandoneonista fue, precisamente, en la Orquesta de Pichuco. Corría 1963, y Troilo lo convocó para su primer “for export”. Y se quedó hasta el final, en 1975. Doce años en los que pasó de ser peón de fila a ser segundo arreglador de la Orquesta, detrás de Julián Plaza. “Tuve la distinción de alguien que reconozco como uno de los puntales de la música argentina. Decir Troilo es como decir Mercedes Sosa o Carlos Gardel... No soy muy original afirmando esto, pero es así. Fue el músico bisagra del siglo XX, un catalizador de todo lo que lo antecedió y también promotor de la segunda mitad: el que dio a conocer la obra de Astor Piazzolla, nada menos.”
–Astor aparece como personaje de “Danza Invisible”, donde Rosa sueña con bailar sus tangos primaverales...
–Siempre digo medio ampulosamente que él abrió la puerta de las salas de concierto para el mundo. Con su bandoneón, y toda esa insolencia artística que tenía, también hizo al tango. Por su frontalidad y sinceridad, ¿no? Es algo que también siento de Osvaldo Pugliese, Osvaldo Fresedo, Horacio Salgán o Alfredo Gobbi. Son músicos que los jóvenes de hoy adoran. Por mi condición de director de la Orquesta del Tango de Buenos Aires tengo mucho trato con pibes, y esas figuras son parte de las charlas cotidianas.
–¿Cómo mira desde sus siete décadas a las generaciones que abrazan al tango hoy?
–Las veo venir de una forma positiva, que hace veinte años no existía. Hace veinte años nos mirábamos y nos decíamos “somos los últimos”. Por eso, da una gran esperanza al género que los jóvenes, por suerte, hayan adoptado la posición de hacerse cargo de algo que tarde o temprano tenía que suceder. Se ven músicos muy talentosos con un futuro grande, lo que sí necesitamos es más difusión. No la reclamo para mí, sino para las obras nuevas. Si la gente que le gusta el tango no conoce los nuevos autores estamos complicados.
Garello, que acumula en su haber artístico la composición de una obra para Gary Burton (La Danza del Fueye), además de constantes giras por el globo, trabajos junto al Polaco Goyeneche, discos eje como Tangos en homenaje a Woody Allen (1992), Arlequín porteño (2003) y Diálogos de poeta y bandoneón, junto a Horacio Ferrer (2004), repasa una serie de valores jóvenes que, en su visión y en diferentes instrumentos, están “haciendo roncha”: Carlos Corrales, Leonardo Ferreyra, Andrés Linetzky o Victoria Morán, cantante en la que se detiene puntualmente. “Ella no es tan conocida, pero uno dice ‘ahí están el canto, la melodía, la afinación...’ Hay muchos cantantes buenos: Marcelo Tomasi, Jesús Hidalgo, tipos que se suman a los Ardit, a los Guillermo Fernández”, enumera.
–Guillermo ya es como el eslabón perdido entre una generación y otra.
–Está bien eso (risas). El es extraordinario. Lo importante es que están ahí y lo hacen con ganas. Y tienen que seguir, porque el tango tiene una profundidad que no se acaba. Es cierto que la notoriedad que el género tiene en el mundo puede ser acechada por intereses de negocios y esas cosas, pero el tango ya está atravesando su tercer siglo –si tomamos los finales del XIX–, y tiene experiencia para bancar las bajas y las altas.
–¿De dónde viene el nexo de su música con la pintura? La referencia es por dos piezas del disco: “Mico”, el pintor argentino, y el muralista revolucionario mexicano al que Virginia Lago canta en Siqueiros en México.
–No soy un gran conocedor, pero es un mundo que me atrae. Yo estuve seis meses en México en 1972, y conocí la casa de Frida Kahlo, el mundo de Diego Rivera y el movimiento de los muralistas mexicanos. Lo conocí allá, y tuve curiosidad por ese mundo, tanto como el de los plásticos argentinos: Castagnino, Spilimbergo y Berni y, claro, Ricardo Mico, que tiene como 80 años y todavía vive. Le escribí un instrumental para estar a la altura del honor que significó que me invitara a pintar una serie de óleos con él.
–¿Cómo recuerda la experiencia con Gary Burton? ¿Fue la más jugada de su vida?
–Es probable. Eso fue en 1990. Vino a hacer unas clínicas al Paseo La Plaza y me convocó con el Sexteto. Fueron dos conciertos que me sirvieron para encontrarme con un músico portentoso, impresionante. Uno no sabe si tiene cuatro manos... parece que tuviera dos banquetas en cada mano. Es un animal, una cosa de locos.
–Y el cruce de géneros a lo Piazzolla...
–El decía que el tango tenía una profundidad tremenda como el jazz. Que, aunque viniesen de vertientes distintas, reflejaban la música de la calle, la popular... Y ésa es la seducción que tienen, en definitiva, los géneros universales y populares. Por eso lo son. Y por eso Burton y Piazzolla se cruzaron genialmente aquella vez.
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