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sábado, 25 de septiembre de 2010

OSCAR OLMELLO NUEVO DISCO DEDICADO A ABEL FLEURY



En busca del espíritu de la tierra

El guitarrista compiló las bellas composiciones de un músico que, criado entre payadores en el campo, logró unir la guitarra popular con la académica. El resultado es el CD El cantar con sentimiento. “Fleury es un nacionalista musical cabal”, señala.


Por Cristian Vitale

“Homenaje a Britney Spears.” Cruel en el cartel, la publicidad lo despistó. “Y ahí caí: ¡qué devaluada está la palabra! Estamos al horno”, reflexiona Oscar Olmello, mientras le viene la imagen una y otra vez. “¿Cómo podría llamar yo homenaje al disco que le dediqué a Abel?”, sigue, en pleno trance de descarga. Y se relaja. Primera aproximación, entonces, a la obra en que el experimentado guitarrista compiló las bellas, llanas y sosegadas composiciones instrumentales de Abel Fleury, aquel eximio guitarrista de estilos y milongas que, criado entre payadores en el campo, logró unir en un solo corazón la guitarra popular con la académica. El mismísimo “espíritu de la tierra” canonizado por Ricardo Rojas. “Sé que con esto me voy a granjear la reprobación y la antipatía de algunos colegas, pero Fleury supo lograr como nadie el equilibrio entre lo popular y lo clásico, por eso es un nacionalista musical cabal”, arriesga Olmello.

¿Por qué Fleury, entonces?

–Bueno, en principio lo ubico como obedeciendo el mandato del Martín Fierro ¿no?, el tipo que cantó con sentimiento. No es menor, porque estamos hablando del libro máximo de la literatura argentina. Pero además, está la cosa de poder captar la impronta de este hombre cruzado entre dos culturas. Si uno lo mira desde el punto de vista científico, Fleury está muy ligado al romanticismo alemán, por su apego a la tierra y demás. Pero si se lo aborda desde lo emotivo, pocos como él han sabido captar la personalidad del hombre de la llanura pampeana y ponerle una música. Hablo de ese hombre sosegado, silencioso y burlón, acostumbrado a la infinitud. Olmello es, puede decirse, un “intelectual” con guitarra. Nacido en Buenos Aires en 1951, formado por Julieta Mosquera y Abel Carlevaro, licenciado en Artes Musicales en el López Buchardo, docente en la Escuela de música Juan Pedro Esnaola, y en el conservatorio Alberto Ginastera de Morón, ha sabido combinar su mochila musical con una licenciatura en Historia (UBA) que le permitió conjugar saberes en un magister para la Universidad de Cuyo, mediante una tesis reveladora que determinó el disco: “Abel Fleury, un caso original y sincrético de nacionalismo musical”. “Me gusta más Un músico entre dos culturas –retoma–, el título que le pusieron cuando la editaron en la revista argentina de musicología. Es un título más marketinero, más ‘de gancho’ que contrasta con el ambiente académico ¿no? Que pide una cosa muy sesuda, larga. Ahora, ¿por qué sincretismo o dos culturas? Más allá de la visión científica o emotiva, porque por un lado, cuando estudiás a Fleury tenés que investigar en la revista Radiolandia o en las páginas de espectáculos de los diarios, no en las de música académica. Y, por otro, en sus clases con Domingo Prat u Onorio Siccardi, un músico consagrado en el ambiente académico de los años ’20 a través del grupo Renovación. O en las obras que les dedicaba a Celia Salomón de Font o María Angélica Funes... El buscaba congraciarse con los guitarristas académicos, algo que no logró porque nunca tocaron demasiado sus obras.

Un hombre “atrapado” entre dos culturas, entonces...

–Me parece que la guitarra no podía aceptar a Fleury, porque buscaba legitimarse como instrumento académico y él era un quemo (risas). Por ejemplo, acompañaba a Fernando Ochoa, un recitador que salía por televisión haciendo chistes, algo parecido a lo que hacía Omar Cerasuolo con La estancia La Blanqueada. Sus partituras salían de ahí y por eso no fue reconocido, igual que Agustín Barrios que, para esa gente, cometía la “torpeza” de disfrazarse de indio, porque decía que encarnaba el espíritu de la tierra. Eran tipos indeseables para la academia porque les entorpecía la idea...

Violaban el paradigma, digamos, como Jauretche para los sociólogos.

–Sí (risas). Y como a Jauretche los sacaban de los programas. Pero mi defensa de Fleury tiene que ver con su autenticidad. Creo que López Buchardo o Floro Ugarte se hicieron nacionalistas porque tenía que ser así, porque era la moda, pero no conocían para nada el espíritu de la pampa. Componían músicas del nacionalismo musical porque debían componerla, Fleury no... él las llevaba dentro.

El disco lo explicita no sólo por su tono bajo, “de voz interior”, sino por el aura de inmensidad y paz que traducen temas como “A flor de llanto”, “El codiciado”, o “Lejanía”.

–También “De sobrepaso”, ¿no? un tema que lleva a guitarra el paso del caballo, guiado por su jinete. Fleury captó todo eso del gaucho, y lo enlazó con influencias de Bach, de Villalobos. Es notable que para algunos resulte un autodidacta orejero, intuitivo, y para otros un académico.

Si se espeja en Fleury, cabe asociarlo a usted también como un músico entre dos culturas. ¿Qué opina del folklore más “popular”, el que más vende?

–Lo taquillero es un terreno en el que yo no me metería mucho. ¿Es auténtico lo que hacen Soledad, el Chaqueño o Los Nocheros? No sé, escuchás a Palavecino y todas las canciones son iguales, pero a su vez esa gente tiene aceptación. No podría opinar. Sí diría que me parece destacable lo de Larralde. Aparece un cartelito de mala muerte con su nombre, y la gente llena un teatro. Eso sí que es bien genuino.

Fuente: www.pagina12.com.ar

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