Por Diego Mizrahi
“Little Wing” es una especie de himno para todos los que somos guitarristas. Tiene una introducción asombrosa, y despliega una técnica y una poesía que no es común en un guitarrista de los ’70. Es corto, sencillo, dice mucho con muy pocas notas. Te deja siempre con ganas de más. En apenas 2 minutos y medio cabe uno de los mejores temas que existen interpretado por una guitarra.
Y sin embargo tengo que decir que la primera vez que escuché a Hendrix me pareció espantoso.
Tenía 16 o 17 años. Yo arranqué a tocar música a los 6 años. A los 8 tocaba folklore y música autóctona. A los 13 había empezado a interesarme en serio en el rock. Y lo que más escuchaba en esa época era la música inglesa de los ’70, bandas como Yes, Genesis, Zeppelin, Purple, Jethro Tull, ELP, etcétera. Mi favorita era Yes, de la cual me había aprendido las canciones solistas de Steve Howe, su guitarrista, además de que tenía su discografía completa. Hendrix era como el polo opuesto: era la extravagancia, la sensualidad, en contraposición con la seriedad del rock sinfónico inglés. Así que cuando lo escuché por primera vez –no recuerdo bien quién fue que me lo acercó– me pareció horrible: ruidoso, abominable, incluso desafinado. No sabía que después no sólo iba a sucumbir ante su sonido, sino que este tipo que había revolucionado la guitarra de los ’60 y ’70 se iba a convertir en mi guía espiritual para siempre.
Porque así fue: a muchos guitarristas de la época la irrupción de Hendrix en la escena londinense post Woodstock les voló la cabeza, exudando una música que no habían escuchado nunca antes. Un americano que tocaba y cantaba con todo el cuerpo. Guitarristas como Eric Clapton, Jeff Beck y Jimmy Page, que tuvieron la suerte de escucharlo en vivo, se dijeron: acá se nos viene la noche, llegó este tipo desde otro lugar y nos viene a enseñar cómo se toca de verdad la guitarra.
La revelación para mí vino con “Little Wing”. Pasa que Hendrix tuvo una carrera muy corta: murió a los 27 y había empezado a hacer sus propias cosas a los 20. Antes de eso participaba en discos de otros músicos, como Little Richard, pero esas colaboraciones no estaban buenas. Luego comienza la parte de su obra maestra. Escuchar “Little Wing” por primera vez produce ese efecto: es para siempre. La melodía es enorme, su solo es descomunal. Y la letra no es menos impresionante: habla de algo fantasioso y a la vez de algo bien real que es su bajón, y de cómo “ella” viene a salvarlo cuando está mal. Ella, por supuesto, no se sabe si es una mujer o si es alguna cosa, pero cualquiera que sepa que la muerte temprana de Hendrix fue producto de la heroína se imaginará quién puede ser ella. Es una canción que funciona como un cuadro, de a pincelazos profundos, a través de animales –osos, cebras, mariposas– y uno no puede menos que preguntarse qué le estaba pasando cuando compuso esa letra. Es probable que haya querido describir su estado emocional de forma lúdica, utilizando metáforas y sueños y toda la psicodelia de la época. Es la canción que me hubiera gustado componer a mí. Pero incluso antes de entender lo que dice, la melodía ya es enorme: te llega, te agarra, te clava un puñal en el corazón, cada una de sus pocas notas alcanza tus fibras más íntimas. Se escuchan unas campanitas en contrapunto con la melodía que parecen venir de más allá. La primera vez que lo escuché, pensé: algún día quiero tocar como él.
Después de aquella revelación, me aprendí todos los temas de Hendrix y la mayoría de sus solos. Y un día, en 2001, o 2002, toqué en Los Angeles en un homenaje a Jimi con su hermano, Leon Hendrix. Fue lo más cercano a tocar el cielo con las manos. Debido a tanta emoción y a la barrera idiomática no llegué a contarle a Leon mi fanatismo hacia su hermano, a pesar de haber compartido un concierto y varios ensayos.
En ese homenaje a Hendrix no pude tocarla porque el repertorio estaba armado de temas más conocidos como “Vodoo Child” o “Foxy Lady”, pero por mi cuenta la he interpretado infinidad de veces, y la sigo tocando, e incluso en mi último disco compuse un tema, “Para aquellos”, en el que recreo, a mi manera, su introducción. Es una canción que no puedo dejar de tocar, ni tampoco de escuchar. Primero renegué de Hendrix, pero una vez que me encontré con “Little Wing” fue para siempre: cada vez que vuelvo a escucharla vuelve el estremecimiento, el puñal que se clava en vos y no te deja ir.
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