Tras resolver sus diferencias, David Lee Roth, Eddie
y Alex Van Halen le dieron forma a un disco que diluye toda duda, los
muestra con excelente salud y entrega una lección de rock duro.
Por Eduardo Fabregat
Hay
discos que producen una mezcla de fascinación y temor a la que es
difícil resistirse. Es una combinación habitual en los discos de regreso
(el artista que se guardó equis tiempo y prepara su rentrée) o reunión
(la banda irreconciliable que, contra todos los pronósticos, vuelve a
unir esfuerzos). La potencia química de esa mixtura se multiplicaba por
mil con el retorno del Van Halen clásico, el milagroso reencuentro de
esas explosivas personalidades que desde fines de los ’70 supieron
desmarcarse del hair metal estadounidense, con varios cuerpos de
ventaja. No podía menos que fascinar el reencuentro de los hermanos Alex
y Eddie Van Halen con David Lee Roth, ahora con Wolfgang Van Halen
(hijo de Eddie) en lugar del bajista Michael Anthony. No podía menos que
meter miedo, ante la posibilidad de encontrarse con una mala fotocopia
de aquellos buenos viejos tiempos que fueron de Van Halen a MCMLXXXIV.
No es que la etapa posterior con Sammy Hagar en la voz haya sido mala:
fue otra cosa, y punto. Lo que estaba claro era el riesgo de que las
viejas generaciones del rock, y los jóvenes curiosos, lanzaran la
dolorosa pregunta de “¿Para esto volvieron?”.
A different kind of truth demuestra que Van Halen no vino a generar
preguntas existenciales, sino a patear culos y dar lecciones de rock.
Toda la hojarasca previa se prende fuego con un disco electrizante y
vital, en el que no hay ni gestos rutinarios ni yeites desganados. Hay,
sí, jugadas de pizarrón y una de ellas es esencial: el grupo recurrió
sin ocultamientos a siete canciones nunca editadas de su archivo más
lejano, el de la época de la grabación del primer disco. Eso le dio la
identidad necesaria, el respaldo de un material en el que no se replica
artificialmente el pasado, sino que lleva impreso su ADN. Y para
reforzar esa jugada les bastó con ponerse a tocar: entre decenas de
cultores del género, diez segundos de música alcanzan para identificar a
Van Halen.Todo eso está en este regreso, disfrutable de principio a fin: el bonhamiano toque de Alex, uno de esos bateristas que no necesitan ayudines tecnológicos para demoler; la carismática voz de Diamond Dave, tan rubio y tan negro a la vez; el valioso aporte de “Wolfie”, mucho más visceral y virtuoso que Anthony, y ese huracán irrepetible, esa usina de energía, digitación prodigiosa y sentido armónico y melódico que ningún imitador podrá igualar, llamada Edward Van Halen. Aunque –obviamente– se necesiten las demás partes, Eddie es el auténtico corazón de la banda. Recuperado de toda una serie de dolencias (una operación de cadera, un tumor lingual, una intervención en su mano izquierda), el rey del tapping está en plena forma, electrizante ariete de esta topadora capaz de saltarse tres décadas como si nada.
Para esto volvió, entonces, Van Halen: para el ganchero single “Tattoo” y para los encantadores estribillos de “She’s the woman” o “Big River”; para hacer temblar las paredes con “Outta space” y “Bullethead”, la tremenda “China town” y “The trouble with never”; para recrear ese cruce de avenidas con el instinto pop en “Blood and fire” y “You and your blues” y para volver graciosamente sobre los pasos de aquel “Ice Cream Man” del disco debut con la intro acústica y la resolución eléctrica de “Stay frosty”. Y así, después de tantas vueltas y negociaciones, tanta pelea y reconciliación, el cuarteto entrega un potente manifiesto de sus razones para volver. Los comentarios que está despertando su actual gira por los Estados Unidos señalan, además, que la mística también funciona en vivo: el grupo arrolla y saca a la luz perlas poco visitadas en vivo de Van Halen II, Mean Street y Women and children first. Con lo que sólo resta esperar que los rumores que hablan de una segunda visita a la Argentina (tras aquel legendario encuentro en Obras en 1983) se hagan realidad: para la grey rockera de este país, será algo parecido a un cita de honor.
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