TERESA PARODI PROFUNDIZA SU FACETA DE INTERPRETE EN SU DISCO OTRO CANTAR
En su flamante álbum, la cantautora correntina grabó
temas de jóvenes como Lisandro Aristimuño, Ana Prada, Orozco-Barrientos
y Arbolito y también de “maestros” como Ramón Ayala, Ariel Petrocelli,
Daniel Toro, Damián Sánchez y Jorge Sosa.
Por Karina Micheletto
La
tapa de Otro cantar, el nuevo trabajo de Teresa Parodi, la muestra de
pie y sonriente, abrazada a su guitarra, a la orilla de un río dibujado
que recorre todo el disco. El río tiene trazos firmes y al mismo tiempo
suaves, simples y bellos. Luce fresco; joven, podría decirse. Es un
paisaje que no es del todo rural ni del todo urbano. El bello arte logra
anticipar, con el poder sintético de la imagen, buena parte del
espíritu de este trabajo. Un disco en el que Parodi ha elegido detenerse
en “los otros” que son parte de la generación que la suceden, entre los
que se lucen aquí cantautores como Lisandro Aristimuño, Ana Prada,
Fernando Barrientos, Raúl “Tilín” Orozco –encargado también de la
producción de este trabajo–, intérpretes como María de los Angeles
Ledesma y Arbolito. Y convocar también a maestros como Ramón Ayala,
Ariel Petrocelli, Daniel Toro, Damián Sánchez, Jorge Sosa. En ese
“transcurso” suena Parodi en este trabajo, que lo mostrará hoy, mañana y
pasado en el CAFF (ver aparte).
No ha sido explicitado en la charla, pero en el relato sobre la
“cocina” del disco, sobre las búsquedas que ha emprendido la cantautora
para encontrar estas canciones, aparece implícito el río, con su
cadencia, su ritmo, su transcurrir. Del transcurrir de la música habla
Parodi, de transitar el camino que ya pisaron grandes maestros de la
música popular, y abrir las miradas, al mismo tiempo, a nuevas
generaciones, de las cuales también aprender. El relato es el de una
travesía: “Quise indagar en esas otras miradas, tan iluminadas, y
quedarme un rato ahí, bebiendo de esa luz. Y luego seguir el camino,
porque esas voces que fui recorriendo abren nuevos caminos”, define.
“Mientras cantaba iba transitando las melodías, las palabras que usaron
esos otros. Las de Prada, por ejemplo: ‘Tuve que arrastrarme como verso
de canción, entre las cositas que dejaste...’. Me deslumbra la simpleza y
la belleza con la que esta muchacha joven puede hablar de una forma del
adiós, a esa edad. Me detengo ahí y quiero cantar esos versos, sentir
esa música, para luego seguir, con otros horizontes”.El río, su fuerza mansa y sus habitantes, abre también el disco con una versión de “Retrato de un pescador”, que subraya musicalmente el ritmo del agua que Ramón Ayala sabe imprimir a sus canciones. “Sí, es un río que me lleva quién sabe a dónde, así me dejo llevar yo por este río de la música nacional que me va haciendo pasar por distintos puertos, por otras sonoridades, otras búsquedas, otros asombros, otras esperanzas –advierte la correntina–. A medida que voy transitándolo, me doy cuenta cada vez más de que no se puede sin los otros.”
–En su disco hasta les dedica un texto a esos “otros”. ¿Por qué se detuvo allí?
–Porque es lo que me sigue asombrando de la maravilla de la música. La idea era dejarme hacer por los otros, integrarme a ese canto colectivo que creo que siempre está en la memoria, y tiene tanto de viejo como de nuevo, sorprendente siempre, revitalizado por estas nuevas voces y miradas. Me dejé llevar, fue así.
–Los invitados no sólo participan con su presencia, también toma sus temas. ¿Por qué eligió a éstos, entre tantos nuevos cantautores?
–Son algunos de los que me han deslumbrado. Están Ana, Lisandro, Barrientos, Tilín, Arbolito, que son autores y compositores, y está también la Chiqui, una formidable intérprete con una exquisitez en su búsqueda. De Ana me interesó, desde la primera vez que la escuché, la riqueza enorme que trae, con esa mirada desde lo cotidiano, lo chiquito. Aristimuño me deslumbra, me parece que abre puertas maravillosas. No viene del folklore y, sin embargo, sí, viene del folklore. Aparece su Patagonia, aunque él no esté precisamente pensando premeditadamente “voy a abrir una puerta hacia la música de la Patagonia”. El trae a esa impronta en todo lo suyo, aparece de la forma más inesperada. Los Orozco-Barrientos también son excepcionales y me honraron dándome un tema tan hermoso como “Que baje”, que habían hecho para darle a Mercedes Sosa, porque ella les había pedido material para un próximo disco, antes de enfermar. Luego los Arbolito, con esa fuerza que tienen, han marcado el folklore actual, y con la misma fuerza llegaron, con todos sus instrumentos, proponiendo ideas, entusiasmados... Fue una fiesta.
El año pasado Parodi selló un encuentro con Liliana Herrero, Raúl Orozco y Fernando Barrientos, una serie de juntadas que no se materializaron en un disco, sino en conciertos a los que bautizaron “Final abierto”. Una posible continuación de aquel final es la cercana participación del dúo cuyano en este disco: Orozco fue productor del trabajo, Barrientos muestra otra faceta como cantante sumándose al chamamé “La fiesta grande”, de Rosendo Arias; ambos son autores de dos de los temas del disco. “Trabajamos mucho en equipo con Tilín y todos los músicos, me fui explicando, les fui pidiendo. ¡Bueno, también tenía de dónde sacar! Son unos músicos tremendos”, halaga Parodi. “Es importante cuando el productor es un artista también, hay otra comprensión. Grabamos el disco prácticamente en vivo, Tilín del otro lado del estudio y también a veces adentro, tocando la guitarra. Había una complicidad extraordinaria, se armaba una cosa única que por suerte quedaba grabada. Porque este disco fue grabado prácticamente en vivo.”
–¿Cómo es eso?
–No sé si la gente lo sabe, los discos suelen grabarse por partes, primero la base; como una casa, los instrumentos son los cimientos, y lo último que se pone es la voz. Esto se hace a solas, con el auricular y los sonidos que ya quedaron grabados en el disco. Eso propone una manera casi única de cantar, porque ya no se da el diálogo espontáneo que se puede dar en vivo. Hace dos discos que entro al estudio con mis músicos y grabo en el mismo momento. El resultado es otro. Todos sabemos lo que venimos a hacer porque lo ensayamos, lo preparamos, estamos detrás de los arreglos, los buscamos. Pero aparece la impronta, la emoción del momento, la instantánea de la canción cuando la estás produciendo. Grabábamos tres veces y las tres eran distintas. Luego teníamos que elegir una, nada más. Con la pena de perder las otras dos: en cada una había un “algo”, porque ese algo había sucedido entre nosotros.
–Desde hace un tiempo aparece destacada su faceta de intérprete, además de la de compositora. Hasta suena distinto su modo de cantar. ¿Eso fue algo buscado?
–Lo busqué, sí. Tengo una potencia natural, mucho volumen en el canto, y trabajé muchos años una técnica para cantar, para poder tener voz, que me creó un estilo que tiene mucho que ver con el engolamiento. Y también con un estilo más proferido. Cuando empecé, era como si tuviera que hacerme escuchar: era mujer, autora y compositora, escribía canciones de historias de otro país, el postergado, y había elegido para esa primera etapa mostrar la música de mi región. La tenía difícil... Todo eso estaba en mi cabeza. Sentía que tenía que romper muchas barreras y lo hacía a pura voz. Usaba la voz como una punta de lanza ¡y allá voy! ¡Me vas a escuchar! (Risas).
–¿Y qué la hizo querer cambiar?
–En mí siempre estuvo la militante por encima de todas las cosas, también la maestra. Quería decir, hacer canciones que fueran como pequeñas películas que contaran las historias que no se contaban, por eso me interesé tanto por el lenguaje de la canción. De golpe me di cuenta de que había dejado descuidada a la cantora. Pobre, la cantora me servía para poner mi canción en el tapete. Esto me lo hizo notar Mercedes, ella me dijo: “Cómo has cambiado tu canto, cómo se ve que estás dejándole un lugar a la cantora”. Hablábamos mucho de eso. Le hice caso y empecé a buscar qué de esa cantora no me terminaba de cerrar. Me lo habían dicho algunas críticas y tenían razón. Empecé a corregir sin perder la técnica, pero sin llegar al engolamiento, tarea que no fue fácil. Y sin perder la voz abierta, que es la marca del canto netamente popular.
–En este disco canta temas que podrían definirse como de amor maduro. ¿Cómo se lleva con la canción de amor?
–Es verdad, es un amor maduro, y desde qué hermoso lugar de encuentro de una pareja... No he cantado tanto a esa forma del amor, o lo he hecho muy esporádicamente, y me lo he reprochado. ¡También, nos han metido cada cosa en la cabeza! Son cuestiones que quedan, inconscientes. Como cantábamos canciones de un cierto repertorio, como nos interesábamos por la política, no cantábamos canciones de amor. Qué equivocados y qué cerrados, ¿no? Me di cuenta de lo obvio: que todas son canciones de amor y todas son canciones de testimonio. Son distintas formas del amor: la preocupación por el otro es una forma del amor, y también el amor de una pareja. Yo les cantaba a todos los amores, menos al de la pareja. Desde hace un tiempo he modificado mi postura. Por suerte, sigo aprendiendo.
En el Abasto, sonaron temas que serán himnos
Por Karina Micheletto
Cae
la nochecita en el Abasto, el domingo se está yendo y hay algo en el
aire, una brisa cálida, que se percibe llegando. La cuadra de Sánchez de
Bustamante a la altura del 700 no es lo que se dice la postal del
espectáculo: el perro que se estira en el medio de la calle, la bombita
mortecina, la señora que vuelve con la compra de apuro responden a un
pulso de barrio con el que no pudieron ni el shopping cercano ni la
sombra de esas torres que alguna vez fueron promesa de futuro. La
entrada del Club Atlético Fernández Fierro podría ser la de un taller
mecánico; de hecho eso fue hasta ser “intervenido” por esta cooperativa
que arrancó para que tocara la orquesta, y terminó siendo referencia de
la nueva escena. Hasta aquí apuran el paso dos señoras, coquetas ellas,
bien tomadas del brazo, como para darse coraje. “Emi, ¿vos estás segura
de que era acá?” La misma pregunta se hicieron muchos de los que el
viernes, sábado y domingo pasados atravesaron esa entrada, ese pasillo
largo y ese galpón con techo de chapa, el CAFF. Y sí, era acá donde
Teresa Parodi quiso presentar su nuevo disco, Otro cantar.
Ella dice que quiso “darse ese gusto”, antes de su siguiente
presentación, el 5 de noviembre en el Ateneo, un lugar que parece
“natural” para el tipo de público que sigue a Parodi. O, por lo menos,
para cierta idea preconcebida sobre los tipos de públicos, que en
decisiones como ésta se ponen en cuestión. Porque Emi y las demás
señoras coquetas que se sentaron en las sillas desfondadas del CAFF, y
los señores que arrancaron muy serios y terminaron revoleando pañuelos
en los bises, y las chicas y chicos que saltaron y cantaron y bailaron a
los costados, y los que se emocionaron con nuevas historias como la de
“Jacinta regresa a casa”, vivenciaron que de lo que se trata,
finalmente, es de abrir el juego.De eso se trata también el exquisito disco de Parodi, en el que la correntina incorpora y contiene, atravesando estéticas personales, a una cantidad de talentos de una nueva camada, autores e intérpretes: Lisandro Aristimuño, Ana Prada, Raúl Orozco, Fernando Barrientos, Arbolito, Chiqui Ledesma. Escuchar a Aristimuño cantar junto a Parodi “Con la cara del amanecer”, que es de autoría de Orozco y Barrientos, es una revelación: hay algo nuevo de cada uno que está sonando allí. Escuchar el talento de Ledesma acompañándola en la zamba “Ramón Maciel” es una confirmación: hay mucho talento en estos “nuevos maestros”, tal como los definió la anfitriona. Junto con las de ellos suenan obras de maestros reconocidos como Ramón Ayala, Ariel Petrocelli, Daniel Toro, Damián Sánchez, Jorge Sosa; toda una cosmogonía.
Hay un río que suena, implícita o explícitamente, atravesando todas estas canciones. Hay una avidez latente por encontrar nuevos brillos, corroborada en los arreglos. Hay una talentosa banda: Jorge Giuliano, Lucas Homer, Facundo Guevara, Fernando Correa. Hay un homenaje implícito a Mercedes Sosa, en temas emblemáticos como “Cuando tenga la tierra”, y también en la búsqueda por beber de nuevas aguas. En las instalaciones del CAFF hay una bola de espejos gigante, cortinas de plástico, un stencil de Pugliese del que sale un globito con un pensamiento: ¡... putos! Todo eso es anecdótico. En este lugar del Abasto sonaron temas que serán himnos, se vivieron encuentros que serán comienzos. También de públicos, que ahora saben que sí, que era acá donde Teresa los quiso traer a cantar.
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