“Vivir es no quedarse nunca quieto”
El guitarrista, protagonista central de la historia del rock, repasa su biografía junto con Miguel Cantilo y Miguel Abuelo, hasta su participación en Por favor perdón y gracias. “Ahora me afiancé: volvemos a trabajar en agosto”, anuncia.
Por Cristian Vitale
“Ah, y también pinto.” Sí, Kubero Díaz también pinta. No es Van Gogh, claro, pero el autorretrato está bastante bien. Se traza a sí mismo con los lentes playos, las arrugas en la frente, un faso levemente inclinado hacia la izquierda y el pelo que le queda de los larguísimos sesenta. Kubero pinta y casi no hace falta aclarar que toca la guitarra: en cualquier punto de la historia del rock argentino en que se pare está él, a veces oculto pero está: con La Cofradía de la Flor Solar, con Miguel Cantilo –época Conesa–, con La Pesada del Rock y ese disco casi inconseguible de 1973; con Punch; con Miguel Abuelo, en Ibiza o en Buenos Aires, o con León Gieco, hoy –hace cuatro años ya– como guitarra de su banda rutera. Impecablemente descrito por la pluma del mismo Abuelo, Kubero es ese ser oculto que modela un mundo, el juglar que teje (Días de Kuberito Díaz, 1984). Un trotamundos que, parido en Nogoyá, vivió en Amsterdam, París, Ibiza, La Plata y Buzios..., siempre viajando. Dejó Nogoyá porque lo alucinó Buenos Aires, dejó Buenos Aires porque la policía del ’76 intimidó a su cofradía con un ‘o se borran o los borramos’, dejó Ibiza porque Abuelo lo llamó para reemplazar a Bazterrica, dejó Buenos Aires, otra vez, por aburrimiento, y dejó Buzios, luego de 15 años, casi por lo mismo. “Nunca me quedé quieto, creo que así es vivir”, dice hoy, más o menos asentado en una casa de Vicente López.
–¿Se volvió sedentario?
–No, pero tocar en la banda de León requiere quedarse algo quieto, ¿no? Ahora estamos ensayando temas con el resto de los músicos para ver si entran en el próximo disco.
Kubero le resolvió un gran problema a Gieco: reemplazar a Eduardo Rogatti que, hasta el momento de su desaparición física, se había convertido en pieza fundamental del período Mensajes del Alma-Bandidos Rurales. “Cuando volví de Buzios, Hilda Lizarazu nos invitó a los dos a un concierto y él me vio tocando slade. Nos dimos los teléfonos y después Claudio Kleiman, que toca conmigo en Blues del Sur, le sugirió que me integrara”, refresca. La llegada de Kubero al mundo Gieco fue para las presentaciones de Por favor perdón y gracias. Nunca se bajó. “El se había comido todo el bajón de no tener guitarrista, ¿no? Yo, al estudiar las cosas que hacía el Gordo Rogatti, me di cuenta de que tocaba maravillosamente bien, era un sabio, y bueno, ahora me afiancé. Volvemos a trabajar en agosto.” Mientras, Kubero hace lo que hizo siempre: tocar. Por un lado, con el trío que tiene con Daniel Saralegui y el ex Sui Generis Juan Rodríguez (“estamos musicalizando unos poemas que me dejó Miguel Abuelo”, dice) y por otro como invitado de Anita Benegas, con quien se presentará el 5 de agosto en Bataclana (Corrientes y Bustamante). “Estoy tratando de reflotar también el trío que teníamos con Miguel Cantilo y el Mono Izarrualde, vamos a ver si editamos el disco inconcluso.”
–Un poco de historia: ¿cómo se generó La Cofradía?
–Fue una confluencia. Con Morcy Requena y Manija Paz teníamos un grupo en Entre Ríos, que se llamaba Los Grillos. Recorríamos la provincia en un auto todo hecho pelota y nuestra mayor alegría había sido conocer a Los Shakers. Me acuerdo de que habían venido a dar un concierto a Nogoyá, que nunca pudo ser porque no fue nadie, ¡era la única oportunidad que teníamos de ver algo parecido a Los Beatles!, un garrón, salimos llorando de ahí. Igual, como mi casa estaba frente al hotel donde paraban ellos, vi que alguien estaba jugando al fútbol en el garage, me crucé y me prendí: eran los Fattorusso. Es más, las fotos de la Conferencia del Toto’s Bar (disco de Los Shakers editado en 1968) estaban con la misma ropa y el mismo barro de ese día. Bueno, al margen, el tema es que Manija y Morcy un día piraron a La Plata y se anotaron en la Universidad, uno en Periodismo y otro en Bellas Artes, conocieron a Rocambole, a Isabel Vivanco, a Skay y así surgió La Cofradía.
–Una casa, básicamente...
–Sí, la cosa fue “alquilemos una casa entre todos, así no se mata cada uno por su lado”. Esa famosa casa la pintamos toda con colores tipo Apple, con las ventanas psicodélicas, y el vecindario estaba copado con nosotros, porque le pusimos un poco de calor a la manzana, hasta el vigilante de la esquina venía a tomar mate mientras hacíamos artesanías. Pasábamos todas las mañanas, ventana a la calle, inventando carteras y sandalias y, cuando llegaba fin de año, sacábamos todos los equipos a la calle, y la gente nos dejaba un pollo al horno adentro..., después vino la pálida, pero el comienzo fue muy lindo. En el aspecto musical, un día nos escuchó Billy Bond y nos dijo “mañana vengan a grabar”. El disco de La Cofradía se grabó en 22 horas, y creo que marcó mucho..., sé que hay gente en Inglaterra, como el guitarrista de Radiohead, que lo conoce. Después, los pibes se fueron a Brasil y yo grabé con La Pesada.
–Hubo un intento de rearmar La Cofradía tiempo después, en Ibiza, ¿no?
–De hecho se armó, pero con otra formación: éramos Miguel Cantilo, Quique Gornati, Morcy, Black Amaya y yo. Con esa banda inauguramos el boliche Amnesia y me acuerdo que nos presentó Antonio Escohotado. Zapábamos con figuras del rock europeo y hasta apareció Charly García con G.I.T, que también tocó en el cumple de 15 de mi hija..., también estaban Nito Mestre, Celeste Carballo y todos me preguntaban “cuándo vas a volver”.
–¿Por qué se había ido?
–Porque estaba todo mal acá, y me salió una oportunidad en Londres. Morcy y el Gordo Pierre, que estaban allá, habían gestionado un contrato con la Virgin Records y me mandaron unos mangos que yo repartí entre los que quedábamos de la comunidad, Jorge Pinchevsky, Quique Gornati con su mujer y la nena, y alguno otro, y me los llevé. Nos estábamos curtiendo una pálida muy grande: la policía nos había dicho “o se borran o los borramos”, una mano heavy. Llegamos a Europa sin un peso y encima a Pinchevsky se le había ocurrido llevar regalitos en el violín..., imaginate los ingleses: agarraron el violín, lo olieron y le preguntaron “Señor Pinchevsky, ¿qué hay acá?”. “Marihuana –contestó Pin–, pero no es para vender, eh..., esto me lo fumo yo solo en una noche (risas) y encima me van a meter preso, cuando el rock and roll lo inventaron ustedes”, dijo... bueno, viaje truncando y vuelta a París, donde me encontré con Miguel Abuelo.
–Un pionero de la diáspora rockera de los setenta, Miguel.
–Sí. Primero curtimos en París, donde tocábamos en el metro para juntar plata, y después en Ibiza, donde organizó el primer gran concierto de rock. Había armado el grupo Nada, era una especie de Abuelos de la Nada medio insólita. Me acuerdo que teloneamos a Van del Graf Generator en la Plaza de Toros... Miguel andaba imparable en esos días, se hacían muchas fiestas onda “luna llena” con generador, escenario: era una locura. Miguel también me empujó a volver, porque Los Abuelos, que ya eran muy exitosos aquí, andaban en problemas con Bazterrica.
–El primer recital fue cuando le rompieron la cara a Miguel de un botellazo, en Vélez.
–El de la Rock & Pop. Ese día, él me subió casi de prepo al escenario, y noté que la cosa entre él y Calamaro estaba muy rara. Después grabé en Cosas Mías y estábamos preparando un disco más cuando Miguel murió. Ahí perdí el entusiasmo otra vez, había mucha locura en Argentina, y me fui a Buzios, quería que mi hija se criara en un ambiente tranquilo, natural y, si tenía mar, mejor.
–Otra vez a sobrevivir...
–Y, me la pasé tocando en boliches chicos con músicos desconocidos. Casi que empecé a escuchar Tom Jobim y Los Beatles al mismo tiempo. Estuve 15 años allá, hasta que me aburrí de tanta paz y bueno, me vine otra vez.
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