“Les debía este disco a los históricos, me lo debía a mí” El oriental repasa el crecimiento de este proyecto, que nació como posible presentación de café concert y terminó llenando cinco veces el Teatro Solís. Y que supuso sus complicaciones, a la hora de bajar canciones multitudinarias a un esquema de cuatro músicos.
Por Cristian Vitale
Jaime Roos tose y pide un whisky. El porrón de Stella Artois vacío, sobre la mesa, no había aportado las calorías suficientes para aliviarle una gripe intensa. “No es la porcina, igual me está matando”, dice él, dolorido pero consciente. El efecto del Johnny Walker no tarda en llegar: por la mitad del vaso, el hombre del bigote beatle recupera el color y le da un giro exótico a la charla. Se ríe. Fuga 30 años hacia atrás y se para en medio del océano, en el barco con cargamento de melaza que lo llevó –¡a dedo!– del puerto de Maceió, en Brasil, al de Amsterdam, en una de las aventuras más delirantes de su vida. “Andábamos por Cabo Verde, creo, cuando vino un telegrafista escocés a las puteadas: ‘sos un suertudo hijo de puta... la melaza queda en Amsterdam`, ja. Mire que podía dejarme en Barcelona, en Hannover o cualquier puerto de Europa. Pero no: me dejó a siete cuadras de casa. ¡Le hago dedo a un barco y me deja a siete cuadras de casa!”, se desternilla el hombre. No es cosa del azar hablar del país de Erasmo con Jaime, tampoco es difícil precisar por qué siempre termina hablando de Amsterdam: allí vivió siete años y allí compuso varias de sus más bellas canciones: “Los futuros murguistas” se le ocurrió mientras picaba cebollas en un restaurante holandés y “Señorita Efe”, gema de la primerísima época, cuando tocaba el bajo en combos salseros de cabaret.
También ciertos títulos de los 16 –como “Quince abriles”– que pueblan su más reciente criatura: Hermano te estoy hablando. No se trata –el nombre avisa– de un muestrario de canciones nuevas, sino de una revisión casi minimalista de sus lados B históricos. Roos redujo su formación habitual a cuarteto (él, más Hugo Fattorusso, Nicolás Ibarburu y Gustavo Montemurro) y se tomó casi un año en revisar una a una las canciones que podían ser parte de un disco así, soñado, sustancial e íntimo. “No se trata de temas de segunda categoría, o raros, o estrambóticos. Son canciones importantes dentro de los álbumes para la gente que escucha los discos completos. En realidad, al pensarlo, me imaginaba estar en un asado y al final tocarme una ¿no? Cada cosa tiene su momento, como pasa en la vida”, apunta Roos, recuperando el eje. Y así, bajo estas coordenadas, reinstaló nuevas miradas sobre temas que en nada habían carecido de brillo en el momento de su concepción: el homónimo más “Quince abriles” y “Chalaloco” (Siempre son las cuatro, 1982); “Lluvia con sol” (Sur, 1987); “Laraira” (Estamos rodeados, 1991); “Conversación”, “El beso”, “Nocturno” y “Golondrinas” (La Margarita, 1994); “Good Bye, el tazón de té” (Si me voy antes que vos, 1996) o el más joven de ellos –“Postales para Mario”–, incluido en Fuera de ambiente, su anteúltimo disco, editado en 2007.
“Al tocar para audiencias masivas es difícil intercalar en el set este tipo de canciones, porque las más exitosas, en la totalidad del repertorio, ganan por goleada. Mis amigos me decían ‘vos tenés que hacer un concierto en donde no hagas ningún hit, ni uno’... y me pedían temas. Bueno, algunos de ellos los elegí”, sigue Jaime. La presentación del disco en Buenos Aires se dio en medio de la paranoia A, en La Trastienda. La puesta es austera y pierde en tambores: no hay más percusión que un patrón casi imperceptible, pero gana por goleada en clímax. Fluye el Roos más cancionero, melodioso y agudo. El único Vamo’ arriba es la curiosa versión de “Una vez más” (Mediocampo, 1984) ¡gente bailando tecno en un recital de Roos! “Sí... muy loco. En Uruguay le llamamos punchi punchi”, apunta.
–En su acervo hay varios intentos bailables: “Luces en el Calabró”, “Colombina”, “Amándote”, incluso la misma “Una vez más” en su concepción original. Pero nunca había llegado a tal límite...
–La tomamos como un divertimento, pero no como una broma. La idea surgió en uno de los ensayos. Me fui a tomar un café y, cuando volví, estaban los hijos de puta de los músicos con un punchi punchi imparable, cagándose de risa. Les dije “sigan, sigan” y empecé a tararear “Te encontraré, en la barra...” y seguimos. Hoy por hoy, es un hit en Uruguay, lo pasan en todas las radios. Igual, está hecho con una sonrisa pero es en serio.
En rigor es el bis y, mientras los más modernosos del público ensayan el paso marcha (no camión, claro), Roos, Montemurro, Ibarburu y Fattorusso lucen un rictus serio, entre rayos de luz multicolores que caen. Están concentrados. “Es difícil tocarla... ¿sabe las cosas que tuvimos que hacer para convertirla?”, admite Roos. Del resto, sobresalen la relectura bellísima de “Quince abriles” –esta vez sin el estribillo de las 51 voces–; “Milonga de Gauna” que –a menos que la agarren Daddy Yankee o Guillermo Guido– es imposible de afear y una hermosísima visita a “Carta a poste restante”, cantada por Fattorusso. “Es un espectáculo que tenía en el debe desde hace diez años. De entrada, lo pensé para tocar en café concerts, pubs y teatros chicos, pero cayó un gran porcentaje de gente que no conocía estas canciones; gente común y corriente que tenía la curiosidad de escuchar esto. Hicimos cinco teatros Solís en Montevideo y me encontré con tipos que llevaban a la tía, o a la mujer, que no conocían ninguna canción pero que, sin embargo, disfrutaban del espectáculo... un sector del público que para mí estaba por fuera.”
–Es claro que subyace un intimismo en el concepto del disco, y esto lleva a pensar en el Jaime Roos de las primeras páginas. La paradoja es que, a excepción de “Carta a poste restante”, que no está en el disco pero sí en el show, ninguna versión va cronológicamente más atrás de Siempre son las cuatro. ¿Hubo una intención nostálgica, o nada que ver?
–No. El criterio fue el siguiente: fui inflexible en no repetir ni una sola canción de las que toco en los shows clásicos, típicos. Y tenía cien canciones o más para elegir... me escribían a la página web para pedirme temas raros y yo me volvía loco. Incluso, los primeros cuatro no los hice, porque tenían poca letra y mucha música, y mi idea era elegir canciones que compensaran ambos aspectos: letras densas, sustanciosas, profundas y, al mismo tiempo, músicas que dieran lugar a un buen nivel de arreglos y que se pudieran adaptar al cuarteto. Mire que somos cuatro, eh, y las grabaciones originales de muchos de estos temas no tienen menos de diez tipos tocando.
–Y el detalle de la percusión que, al revés de las versiones originales, es secundaria, mínima.
–Claro, es muy discreta. Sólo ponemos un patrón, un compás que se repite todo el tiempo. Es algo monótono, como una alfombra sobre la que caminamos. Nos ayuda, claro, pero los cortes y las quebradas las hacemos nosotros. La pista de percusión no tiene protagonismo, porque me hubiese parecido deshonesto poner pistas con mucha elaboración. Para eso traés un baterista y listo.
–¿Por qué Hermano te estoy hablando?
–Un día estábamos ensayando y estaba el papel pegado con la lista de temas: de ahí surgió. Lo vi y dije “estas canciones son Hermano... te estoy hablando. No es “hermanos, les estoy hablando”, es más bien un mano a mano, ¿ta? Además, es una excelente canción de apertura, porque está compuesta de elementos que se van colocando, agregando y ajustando. Es como un atarse los botines, ir al medio de la cancha y empezar a jugar.
–La misma fórmula de Siempre son las cuatro: arranca con “Hermano...” y sigue con “Quince abriles”, dos canciones que no se imaginan separadas.
–Son de una misma familia.
–¿Por qué le cortó el estribillo a “Quince abriles”? La versión termina justo en el crescendo...
–Quise hacer una versión reducida, una balada de guitarra y voz eliminando la parte más teatral, que es cuando arranca la batería y determina el baile de un cumpleaños de quince. Esos coros celestiales de mujeres son las muchachas que están en el cumpleaños de 15, esos ángeles ¿no?, yo preferí que se quedara en lo grueso, que terminara con la letra sin ese agregado. El que conoce lo que viene después se puede quedar rengo, pero hay que tener en cuenta que la versión, así como está, está bien. Hay que acostumbrarse.
–Menos feliz hubiese sido cortar la parte de “Y tus encantos continuaban/ a pesar del esfuerzo por refugiarme en ‘I`m fixing a hole...’” imperdonable para los seguidores de la línea Beatles-Roos. ¿Por qué Los Beatles no hablan de esa chica labios rojo sangre que enamora al personaje?
–La historia nace de una fusión de tres o cuatro cumpleaños de quince. De esa piba labios rojo sangre me acuerdo: fue en el Banco Hipotecario de la Ciudad Vieja. Tenía los labios pintados, un vestido de seda color marfil y el pelo negro. Divina. Y, por supuesto, me dio cero pelota (risas). Esa canción la escribí en Amsterdam, en quince minutos. Son tres escenas: la primera cuando él siente una frustración, porque ésa no es la mujer de la cual Los Beatles hablan; en la segunda, él hace un esfuerzo para sacarla a bailar, pero no se anima porque no sabe; y en la tercera quiere sacársela de la cabeza y refugiarse en “I`m fixing a hole”... le va a romper las bolas al disc jockey para que ponga ese tema pero no lo logra. “Las columnas de la pista se derrumban de desolación”, ¿no? Eso ya está contado con el paso del tiempo. Todo se va destruyendo y los amores imposibles se sumergen en esta canción.
–Un final apocalíptico.
–Sí. Esa era una época en la que hacía canciones todo el tiempo y después las juntaba y hacía un disco. Claro, si veía que había una que no pegaba con el disco, la perchaba. Me pasó con “Amándote”: la tenía compuesta en el ’81, pero no pegaba con Siempre son las cuatro, y no fue. Pasó lo mismo con Mediocampo y con 7 y 3. Recién la puse en Sur. La dejé perchada seis años.
–¿Y “Chalaloco”? Qué historia rara esa, cuánto misterio...
–La escribí en el Hotel Sevilla de Madrid, en 1978. Y sí, parece hermética, pero si la explico va a ver que no.
Roos cumple. Corre el vaso de whisky, tuerce la vista como evocando en silencio, toma la lámina del disco y va revelando los misterios de “Chalaloco”, una de sus canciones más enigmáticas y maravillosas: “‘Por la Laguna de Infantes, por Monterrico / por San Andrés Sajcabaja, por Champerico’, bueno, es un tipo viajando por distintos lugares de Guatemala, ¿no?, y sigue (‘A la merced del peyote, cargando el fusil/ perdido en su camarote, buscando el perfil’) Claro, el tipo se da con peyote, le viene la persecuta y busca el perfil ¿qué es el perfil?: la clave del tema. El tipo se pasa toda la vida buscando el perfil perfecto, el sentido de la vida ¿no? Después, la canción sigue con un vaivén de clases y lugares: ‘En los burdeles ruteros, lo conocieron / en las alcobas burguesas, lo recibieron’. De lo peor a lo más sofisticado ¿no?, hasta que se manda con un intento desesperado (‘Miró de frente a los ojos, de cada mujer/ se revolcó en los abrojos, detrás del placer’), pero no encuentra el perfil. En suma, el tipo busca el sentido de la vida detrás del placer y no lo encuentra, se le va el tiempo buscándolo”, explica.
–“Y todo queda en un insulto antes de morir”, una puteada de borracho que usted transforma en algo musical.
–Le busco la vuelta musical sin que pierda el insulto y después comparo: “Como en los tiempos del indio/ sacrificaban/ a la doncella elegida/ la desterraban/ al medio de los pantanos, tras la bendición”. Es lo mismo que le pasa al tipo... ella va a morir sin ningún sentido. “Chalaloco” no existe, lo inventé yo (risas), pero la canción es un buen ejemplo para definir la esencia de este disco: fue hecho, en principio, para el segmento de seguidores que yo llamo los históricos: gente que no escucha los hits que pasan en la radio sino los discos completos... se los debía a ellos, y me lo debía a mí.
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