Mi raza vieja
Por Julio Lacarra
Entre muchas canciones que han marcado mi vida, elijo “Camino del indio” de Atahualpa Yupanqui, ya que fue la canción con la que debuté en un teatro, cuando tenía 5 años. A lo largo del tiempo ha tenido una influencia muy grande en mi pensamiento y en el tronco real de mi propio cancionero. La letra dice: Caminito del indio/ sendero coya sembrao de piedras/ caminito del indio que junta el valle con las estrellas/ Caminito que anduvo/ de sur a norte mi raza vieja/ antes que en la montaña/ la Pachamama se ensombreciera. Creo que fue a partir de esta canción que yo empecé a descubrir la cultura del Ande, las culturas originarias de América.
Era, es verdad, muy chico, cuando interpreté esta canción en público, pero lo cierto es que yo ya la conocía incluso desde antes, desde los tres años. Mi madre y mis tíos la cantaban. Yo nací en Capitán Sarmiento, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, y en mi familia, alrededor de la mesa, se cantaban canciones criollas; tangos, milongas. Unos tíos cantaban, otro zapateaba, mi abuelo tocaba el acordeón. A la noche, en lugar de ver televisión, mi padre y mi madre nos cantaban y bailaban, nos hacían obritas de teatro, y parecerá que no, pero esas cosas se quedan con uno. Ese fue el clima en el que fui creciendo. Estamos hablando del año 1952; en ese momento aparecieron estas canciones de Yupanqui, que eran novedades y se difundían por la radio. Yo había entrado a la escuela primaria, la número 42 de Don Bosco, a los 5 años, y cuando llegó el acto del 25 de Mayo y la maestra preguntó quién podía actuar, yo me ofrecí enseguida para recitar un verso gauchesco y dos canciones de Atahualpa –“Camino del indio” y “Luna tucumana”–. La fiesta se iba a hacer en el Cine Teatro Ideal, de Bernal, y no sólo ya me sabía las canciones, sino que además me gustaba más el escenario que ir a jugar con los chicos. Era bastante tímido y mi manera de relacionarme con los demás era subirme al escenario y mostrar lo que sabía hacer. Así que allí las canté, a capella, sin acompañamiento de guitarra, y de ahí en más empecé a cantar en todas las fiestas de los colegios, y me invitaban a las peñas. Cantaba en todos lados: en la esquina, en el bar; iba al almacén y cantaba, en la carnicería. Y lo sigo haciendo: canto desde temprano a la mañana, cuando me voy a hacer las compras, cuando me encuentro con amigos; siempre estoy cantando.
Pero hay algo más que hace muy importante a esa canción, y es que con mi madre fui aprendiendo a entender lo que decían las letras del cancionero folklórico del país. A mi madre le preocupaba saber qué significaba eso que ella cantaba todo el día, y me ayudó a mí también a comprender desde muy chiquito. Al escuchar y cantar “Camino del indio”, yo, que ya era un sentimental de 5 años de edad, le preguntaba, por ejemplo: “¿Qué es la Pacha-mama?”. Y ella me explicaba: “Es la denominación que le dan los indios –en esa época se les decía ‘los indios’, no se usaba tanto la expresión ‘pueblos originarios’– a la Madre Tierra, el origen y el porqué de toda su vida y su cosmovisión”. No me lo decía con esas palabras, pero me lo decía de una manera en la que me enseñaba a interpretar, y eso en mí debe haber calado hondo. Porque empecé a entender desde temprano que había otras formas de vida posibles. Que más allá de nuestra propia educación religiosa, los pueblos originarios tenían otros dioses tan antiguos como los del mundo occidental y cristiano. La gran explosión del folklore tuvo lugar cuando yo tenía 14 años y entonces llegaba a Buenos Aires un cancionero de todas partes del país, y a mí me entró una gran curiosidad por saber por qué escribían así esos poetas, y me encontré con esas otras formas de vivir, con otras costumbres, con una calidez inusual; otros tiempos, otra velocidad, expresiones y comidas diferentes. Más tarde, por la guitarra, pude conocer otros pueblos del continente. Pero lo importante es que hay un montón de esas palabras del folklore que necesitan de esta curiosidad para saber qué se está cantando. Hay que saber qué se está diciendo, saber qué es un cachapecero, un jangadero, por ejemplo, que son oficios de distintas regiones de nuestro país. Y primero con mi madre, y luego en mi juventud, siempre fui muy preguntón: a Jaime Dávalos lo volvía loco con mis preguntas.
Creo que eso es algo que, casi sin que me diera cuenta, me lo dio esta canción de Atahualpa. Hoy la sigo cantando, la he cantado en el exterior, y me ha servido para contar los orígenes del cancionero folklórico argentino. No la he grabado, pero algún día podría hacerlo. La tengo siempre en mi memoria, porque como todo aquello que se aprende de chico, no te lo olvidás jamás.
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