La caja eléctrica
Cuando Mariana Baraj estaba volviendo a la esencia del canto con caja, apareció Lisandro Aristimuño para oficiar de productor, y lo que podría haber sido un disco que sintetizara su trabajo hasta ahora se convirtió en un sutil y exquisito movimiento de apertura.
Por Juan Andrade
La semilla de Margarita y Azucena comenzó a germinar en vivo a fines de 2006. La banda que la había acompañado hasta entonces ya era cosa del pasado: más solista que nunca, Mariana Baraj volvía a la esencia del canto con caja. Pero el ciclo que hizo posible su florecimiento musical recién se pudo completar tiempo más tarde y, otra vez, arriba del escenario. A la hora de presentar el nuevo material, adoptó un formato reducido que completan el guitarrista Juan Pablo Chapital y el bajista Quique Ferrari. La misma formación que el viernes próximo será la encargada de cerrar la fecha inaugural del festival Nuevos Aires Folk en La Trastienda. “Siento que recién ahora estamos completando la idea: generamos una plataforma para despegar hacia algún lugar”, dice la percusionista y cantante.
Antes de entrar al estudio, Baraj sólo tenía un color general del álbum en su cabeza. Quería poner el foco sobre algunas canciones que ya formaban parte de su repertorio habitual, como “El cardón” de Gustavo Santaolalla, “Dios me ha pedido un techo” de Gabo Ferro y el iracundo “Maldigo el alto cielo” de Violeta Parra. Y también había decidido incluir alguna composición del percusionista turco Arto Tuncboyaciyan, del que se confiesa una “fiel seguidora”. Lo anterior siguió en pie, pero cobró una nueva dimensión a partir de la entrada en escena del productor Lisandro Aristimuño: “Todo mutó. Pasaron cosas en las que no había ni pensado, se fueron sumando otros condimentos e ideas. Laburamos un montón con Lisandro, se nota mucho su mano. Nunca había grabado con alguien que llegue a un lugar tan profundo. Y, aunque ya había tocado con músicos electrónicos o participado en proyectos con DJs, por primera vez me animé a usar programaciones y samples”.
¿Margarita y Azucena es tu disco más pop?
–En los otros habíamos tocado y grabado todos juntos en la sala, porque era un grupo de jazz. Esta vez fue diferente: muchas cosas se regrabaron con un espíritu más pop. Y me encantó. Cada forma te da y te quita. Cuando grabás algo todo junto, el resultado puede sonar más orgánico. Igualmente, muchas cosas quedaron después de la primera toma. Y por más que arriba grabes otra cosa, puede seguir sonando orgánico.
Un fanático de la dialéctica quizás hubiera esperado que Margarita y Azucena fuera una especie de síntesis dentro de una discografía quizá breve, pero sin duda rica. Después del apego por las texturas acústicas que había evidenciado en Lumbre, Baraj sumó guitarra eléctrica y batería en busca de otra intensidad en Deslumbre. Pero su tercer álbum no sólo no cierra ninguna trilogía sino que, por el contrario, puede verse como un exquisito movimiento de apertura y evolución. La geografía sirve como marco de referencia: mientras que en los temas de Lumbre predominaban las firmas de autores argentinos y en Deslumbre se incorporaban referentes latinoamericanos como Violeta Parra y Hugo Fattoruso, esta vez las fronteras se extendieron todavía más lejos con piezas de Tuncboyaciyan y Bobby McFerrin.
“Bueno, todo eso soy yo”, sintetiza ella con naturalidad. “Toda mi vida escuché música de lo más diversa. Y en algún lugar está: la disfruto, me nutre un montón y me inspira. Está bien darse la posibilidad de ir hacia otros lugares, en busca de nuevos horizontes... Lo cual no quiere decir que no vaya a retornar a las fuentes.” Más allá de la procedencia y la forma original de la composición, una vez que la percusionista la toma entre sus manos para interpretarla sus propias huellas se confunden con las del autor. Puede llegar lejos en su búsqueda de nuevos paisajes musicales, pero su norte sigue siendo el Noroeste argentino. Más precisamente, la Quebrada de Humahuaca.
Hija de un músico de jazz (el saxofonista Bernardo) y hermana de un rockero (el baterista Marcelo, invitado en el disco junto a Sergio Verdinelli y Liliana Herrero), Mariana descubrió su verdadera vocación cuando se topó con el mapa musical trazado por las recopilaciones de Leda Valladares. Tenía 17, tal vez 18 años. Y en su vida hubo un antes y un después de escuchar a las copleras que entonaban sus cantos en el preciso lugar en el que habían nacido. Desde entonces no se cansó de peregrinar a sitios como Purmamarca o Angastaco. Por eso, asegura, tiene un sabor especial su inminente desembarco en Jujuy de la mano del Pacha Tour 2008 (chequear fechas en www.marianabaraj.com.ar): “A mí me cambia un montón el hecho de estar allá. La energía ya es diferente. Y eso modifica la manera en la que uno encara el color, el tempo y la cadencia de lo que toca. Acá vivimos acelerados, pero cuando llegás allá el lugar te impone bajar. Y es algo que de a poco puedo empezar a captar. Tiene que ver con cuestiones como el aire y la altura. Si escuchás la caja, es toda para atrás, permanentemente. La sensación es que estás como flotando”.
¿Pensás la música a partir del canto con copla?
–No sé si lo puedo explicar... Me parece que la música te llega o no te llega por algo. Y punto. Mi trabajo está relacionado con el hecho de haber escuchado mucha música, muy diversa: soy inquieta y estoy todo el tiempo buscando cosas que me gustan o cosas nuevas. Y lo que sale es una mezcla de todo eso. Seguramente tenga relación con lo que se llama “música popular”. Y el elemento en común es como una gran raíz. Luego, alrededor pasa de todo. Pero las coplas y el canto con caja me marcaron un camino: es como si hubieran llegado para apoderarse de mí. Fue un mensaje claro. Y es una gran responsabilidad mantener viva esa tradición.
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