El misionero está presentando su octavo álbum, "Pynandí" (Los descalzos), donde vuelve a traducir en sonidos sus recuerdos de infancia entre inmigrantes. Tras una gira por Europa y tocar en el Carnegie Hall, el acordeonista explica su personal visión del folclore.
Por: Eduardo Slusarczuk
Me gusta la imagen simbólica del camino. Y el contraste del rojo de la tierra, el verde de la vegetación y el celeste del cielo. Para quien sabe mirar, siempre hay cosas buenas allí". Mientras busca las palabras exactas para transmitir lo que quiere decir, el Chango Spasiuk advierte: "Más importante que lo que digo es el CD que hice. Ahí me van a encontrar menos contradictorio".
Pynandí es el octavo de su cosecha, que presentará en junio, en el Coliseo, después de haberlo hecho ya en Inglaterra, Polonia y Estados Unidos. Un disco que, confiesa, empezó cuando tenía diez años. "Es que todo está relacionado", explica, en esa búsqueda que en cada vuelta de tuerca lo encuentra más cerca de su objetivo.
¿Cómo te condiciona esa búsqueda al armar los temas para un CD?
Es que no es un tema. Un disco no consiste en tener 15 canciones para grabar. Primero hay un concepto. Lo que tengo que encontrar es la idea sonora. Un proceso muy sutil, que va mucho más allá de agregar un bandoneón o un chelo, o un tipo u otro de percusión. Eso es lo que se ve en la superficie, pero detrás de todo eso hay una manera de pensar, bastante más compleja", dice Spasiuk, en un bar de Palermo.
Prueba y error. Y permanente atención. "Las ideas pueden aparecer mientras estoy tocando, en el ámbito de un concierto". Un momento que Spasiuk venera. "Es una oportunidad de comunicarse desde un lugar de respeto, de interés por el otro. Un momento que uno puede aprovechar para formularse preguntas que uno nunca se hace. Como en esas películas en las que buceadores rozan el fondo del mar y miles de partículas tratan de subir lentamente hacia la superficie, un concierto es un momento en el que puede aflorar algo que no está en nuestra cabeza todo el tiempo. Algo de otra calidad, otro peso", monologa.
En ese proceso, que lleva 20 años, el acordeonista reconoce sinsabores y contratiempos, que rescata como nuevos puntos de partida. Y ejemplifica: "Con Pynandí la intención era trabajar con Ben Mandelson, quien produjo Tarefero de mis pagos. Pero no pudo. Lejos de bajar los brazos, la pregunta fue por dónde seguir, y ahí apareció Bob Telson, a quien conozco desde hace mucho, que se comprometió mucho con el proyecto". A éste, Spasiuk lo califica como una profundización de las ideas que sobrevolaban en su anterior CD. "La conexión más evidente es el sonido acústico. Pero el concepto, en general, se potenció", sintetiza.
En el disco se percibe una simplificación en algunos aspectos, pero en la "Suite nordeste" se complejiza una melodía que es muy chamamecera.
Es que soy un músico de chamamé (Risas). Atípico, pero lo soy. En el disco hay dos direcciones que no necesariamente son opuestas, sino rostros de un mismo universo, que comparto con los demás. El desarrollo de una idea puede ir hacia lo más complejo, como la fuga del final de la suite, pero también hacia lo simple, rumbo que he seguido con más fuerza los últimos años.
¿La suite es un intento de romper con el estereotipo del género?
Es un juego estético. Una manera de demostrar que es una música que posee una estructura tan compleja que resiste otros tipos de tratamientos. No que quiero darle algo que no tiene para que los demás la miren con otros ojos, sino demostrar que ese lenguaje resiste un montón de estructuras estéticas. Que se puede componer música del litoral fuera del esquema de repeticiones de partes A y B hasta llegar a los tres minutos, y que no por eso pierde representatividad con respecto a su lenguaje.
El Chango avanza en su explicación, y compara sus temas con narraciones, con más o menos palabras para contar una historia. Con las influencias que aportan el estudio, los viajes, las escuchas, los músicos amigos. Pese a esas exploraciones, Spasiuk asegura que existe una unidad entre su repertorio y el de clásicos como Isaaco Abitbol o Tránsito Cocomarola. Y, además, admite que admira a quienes permanecen inmóviles en ese mundo sonoro. "Muchas veces me pregunto para qué encaro proyectos con tantas pretensiones", confiesa.
¿Encontrás respuestas?
Sí. Y algunas no tan buenas. Me pregunto cuánto de egoísmo hay. Cuánta energía pongo en la imagen que proyecto ante los demás. Ahí la gente sólo toca su música. Y su simpleza es admirable.
Aunque no lo aclare, ahí es su provincia, su pueblo, que aparece con insistencia en Pynandí. "Cuando ya terminaba el disco encontré un montón de guiños hacia mi infancia y referencias a Apóstoles", cuenta.
¿Viajás allá con frecuencia?
No. No voy seguido. Y cuando viajo a Misiones, voy a localidades donde encuentro a mis hermanos, o a Oberá, donde está mi madre.
Solés hablar de tu papá, de tu tío Marcos. Pero no de tu mamá. ¿Qué te dice sobre tu carrera, tu vida de músico?
No es gente de decir mucho. Simplemente pregunta cuándo iré a su casa. Te escuchamos, me dice.
¿Cantaba o tocaba algún instrumento?
No, nada. No... no. No. (Sonríe) Uno no es músico porque tu mamá cantaba o tu papá tocaba. Muchas veces, alguien que se expresa a través de la música lo hace por haber sido híper estimulado. Pero muchas otras, al nacer en un contexto que, por más que sea un bello lugar, no deja de ser difícil, no en términos de pobreza sino por lo rígido, por lo complejo, la música es una oportunidad de sentirte un poco a salvo.
Cuesta imaginarte en ese marco.
La vida te da oportunidad de aprender, de no querer repetir lo mismo. No lo digo desde la situación de víctima, la manera de crianza de los inmigrantes fue muy dura. Ellos sabían trabajar y trabajar, pero a veces les costaba horrores darte un puto abrazo.
Tenían otra manera de amar.
Claro que había amor. Sin su existencia, la vida hubiera sido un infierno. Pero es una palabra muy grande. Y se usa mucho. Como la palabra arte. Yo no me veo como artista. Soy un músico. Sólo que a veces aparece un personaje que es el que me hace viajar de un lado para otro y me hace preguntar para qué carajo es todo esto, cuando podría estar tomando un mate abajo de un árbol, allá, en mi casa. Pero la vida es un misterio.
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