Rara rosa inglesa
En 2009, una chica británica alta y extraña, de
largo pelo rojo y un aire a Vanessa Redgrave, editó un disco llamado
Lungs junto a su banda, The Machine, que tomó por asalto al mundo
musical británico. Con letras excéntricas, voz omnipotente, cierta
exuberancia onírica y estallidos punk, su eclecticismo enamoró a todos.
Era difícil superar el desafío del segundo disco y Florence Welch acaba
de hacerlo con Ceremonials, donde apuesta a un sonido más grande e
integral sobre el que corretean sus fantasmas y sus amores.
Por Micaela Ortelli
Hay
algo en lo que Florence Welch y los representantes del subgénero lo-fi
acuerdan y es en que, a veces, el entusiasmo puede más que la aptitud.
Si hoy la tecnología permite hacer música desde casa, y hay alguien que
se encarga de subir tutoriales a la web, ¿qué necesidad de ir a aprender
a tocar un instrumento con un profesor? El autodidactismo pareciera ser
la marca distintiva de las nuevas generaciones de músicos. “Me alegra
nunca haber aprendido a tocar la guitarra. Si lo hubiera hecho
escribiría canciones con estructura más clásica; de este modo tuve que
crear mi propia forma de escribir”, dice la pelirroja de veinticinco
años, alma y voz de Florence + The Machine, “la mayor exportación
femenina de Inglaterra después de Adele”, según los medios de su país.
Como siempre sucede ante el surgimiento de un nombre nuevo, cuando Florence empezó a adquirir notoriedad, aparecieron las comparaciones: Kate Bush era la figura más a mano, aunque también se mencionaba a Annie Lennox o, del otro lado del mundo, Tori Amos. Muy poca referencia se hizo, sin embargo, a artistas como Björk o PJ Harvey, con quienes comparte, si no el timbre de voz, sí el uso de instrumentos orquestales, una puesta en escena fuerte y, sobre todo, la emotividad que transmite con sus canciones. “Quiero que mi música suene como si fueras a arrojarte de arriba de un árbol o de un edificio alto, o como si te tragara el océano y no pudieras respirar”, intenta explicar Florence en su web oficial. Y algo así sucede: desde la profundidad de las letras hasta la música –que puede combinar melodías sinfónicas con percusiones tribales–, atravesada por esa voz omnipotente pero no ostentosa, la música de Florence + The Machine ocupa todo el espacio.
“Escuché tu voz tan clara como el día/ Y me dijiste que me concentrara/ Fue tan extraño, tan surreal/ Que un fantasma fuera tan práctico”, canta Florence en “Only if for a Night”, la majestuosa apertura de Ceremonials. El espectro en cuestión era el de su abuela, pero los fantasmas que más parecen acecharla son los propios, como en la grandiosa “Shake it Out”: “Los arrepentimientos se amontonan como viejos amigos/ Para hacerte revivir tus momentos más oscuros/ No veo el camino/ Y todos los demonios salen a jugar”. Y otra vez el amor vuelve a ser un tema recurrente: “¿Me dejarías si te digo lo que hice?/ ¿Me dejarías si te digo en lo que me convertí?/ Porque es tan fácil decírselo a una multitud/ Pero tan difícil, mi amor, decírtelo a solas”, confiesa en “No Light”, haciendo referencia a su nueva vida pública. Ceremonials es un álbum básicamente introspectivo, que invita a enfrentarse con los propios conflictos y contradicciones y, en lo posible –aunque raramente suceda–, amigarse con ellos.
Lungs, por el contrario, fue un álbum mucho más visceral –y tal vez un poco por eso, mejor recibido–, no sólo por el estado mental de Florence, despechada, dolida, muerta de amor, sino porque resultó casi un “rejunte” de sus etapas musicales entre los diecisiete y los veintidós años: “Para bien o para mal, ese álbum siempre va a ser un experimento”, reconoce. A eso se le suma el trabajo con cuatro productores distintos, lo cual explica que el resultado haya sido tan ecléctico (e interesante y hermoso), con canciones que coquetean con el punk (“Kiss with a Fist”, que compuso de adolescente), el pop más pegadizo (“Dog Days are Over”, que formó parte del soundtrack de Comer, Rezar, Amar y fue reversionada en la serie Glee) y el blues (“I’m Not Calling You a Liar”).
Después del “bautismo de fuego” que significó ganar el Critics’ Choice y la presión por cumplir con las expectativas del público y los periodistas (las tres millones y medio de copias que vendió el disco y el Brit al mejor álbum del año que ganó son prueba de que vaya si lo hizo), Florence se relajó mucho más para el segundo disco: “Tenía una idea más clara del objetivo, lo que facilitó mucho las cosas. Lo que quería era lograr un sonido completo, que el álbum no fuera un compilado de canciones, sino un trabajo integral”. Por eso esta vez decidió trabajar con uno solo de los productores del disco anterior, Paul Epworth, el responsable de las percusiones tribales y los sonidos más místicos. Según la BBC, Ceremonials vendió más de noventa mil copias la primera semana, pero la famosa “crítica especializada” lo mira con recelo. Que es “monótono” o “demasiado ambicioso” son algunos desmanes de los que se le acusa. Ella, por su parte, está conforme, y se prepara para un año o más de gira de presentación. Los escenarios y los dioses, contentos: Florence vuelve con su voz tempestuosa y sonrisa encantadora a ofrecer su ritual.
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