Lulu, el disco que concibieron el ex Velvet
Underground y los reyes del thrash metal, está basado en dos obras de
teatro del expresionista alemán Frank Wedekind. ¿Les gustará a los fans
de ambos? “Es algo diferente”, advierten. “Un nuevo animal, un híbrido.”
Lou
Reed, neoyorquino por excelencia, está alabando el cuartel de Metallica
en California. “Su magnífico estudio está armado por músicos y para
músicos”, dice. “¿Esas cosas con las que uno desperdicia mucho tiempo
peleando? No existen ahí. No aparecen porque está claro quién maneja la
cosa: músicos creativos. No hay buitres. Es el sistema más magnífico
para el poder real, el sentimiento y la emoción. Todo el mundo está en
el mismo cuarto al mismo tiempo. Las voces, la batería, ese guitarrista
en mi cadera, por Dios, esa cosa atronándome...”
“Ey –se ríe James Hetfield–, ¡vos también hacías bastante
estruendo!” “Sí, yo les respondía atronando”, concede Reed. “No llegué
desarmado.”Hoy, Reed viene armado de ocurrencias, entusiasmo y un montón de fe para discutir la colaboración que demuestra ser la más profundamente esperada y hablada del año. El disco Lulu, en el que la –para algunos– rara unión entre Reed y Metallica ofrece cerca de noventa minutos de arte sónico perturbador y edificante, sin concesiones ni dilución, está destinado a correr los límites de lo que se entiende como rock. Ambas partes han dado anteriormente pasos agigantados en esa dirección, por supuesto. Hoy todos están felices de hablar acerca de un salto de la fuerza de voluntad, que muestra las palabras de Reed revolcándose entre los túneles y aros de riffs, ritmos, dinámicas y drones de Metallica.
Lou Reed, James Hetfield y Lars Ulrich están sentados en una suite del hotel Claridges de Londres. Están dispuestos a compartir su pasión por su nuevo proyecto, felicitándose afablemente unos a otros con bonhomía genuina. Reed hizo música inconmensurablemente influyente con The Velvet Underground en los ’60, luego se convirtió en una estrella solista de formas cambiantes con discos como Transformer (producido por David Bowie), el monumental y macabro Berlin, el pelador de empapelados Metal Machine Music y la poesía callejera de New York. El fusionó lo literario y lo lisérgico, siempre desde la diversidad y lo demandante, y desafiando los estereotipos. Metallica, formada en 1981, es la banda de thrash metal más vendedora de la historia (con más de un 100 millones de álbumes facturados), y nunca se ha apichonado a la hora de darles a la velocidad y al volumen nuevas formas en álbumes que son mojones sísmicos como Ride the Lightning y Masters of Puppets.
Muchos se sorprenderán por esta conjunción de titanes, ya que Reed, con toda su calle, siempre ha cultivado un aire literario (al mismo tiempo que su beligerancia instintiva), mientras que se puede decir tranquilamente que Metallica ha rockeado duro con pocas pretensiones. Pero, si se mira más de cerca, la conjunción tiene mucho sentido. Ambas partes siempre han estado dispuestas a tocar temas incómodos como la alienación, el miedo, el sexo, la muerte. Aquí, ellos se zambullen en... “No lo llamaría el corazón de la oscuridad”, musita Reed. “Lo llamaría el corazón de la iluminación.” El niega enérgicamente que la unión sea sorprendente. “¿Por qué?”, pregunta. “Una colaboración extraña sería Metallica con Cher. Eso sí sería raro. La nuestra es una colaboración obvia.”
Esta unión de fuerzas imparables genera una estimulante noticia y un intenso, incendiario ruido, ya que dos pioneros se combinan para entregar algo diferente, oscura aunque refrescantemente, tanto en el plano visceral como en el cerebral. Lulu es un conjunto de canciones extendidas, inspiradas en las obras teatrales de principios del siglo XX Earth Spirit y Pandora’s Box, del expresionista alemán Frank Wedekind, muy admiradas por Sigmund Freud. Las obras, originalmente publicadas en 1904 y ambientadas en Alemania, París y Londres en 1890, giran entre los puntos de vista de Lulu, una especie de Eva invertida, un espejo cifrado de deseo y abuso, y la gente que se enamoró desesperadamente de ella. Hay un montón de sexo. Y entonces ella se encuentra con Jack El Destripador. Así que también hay un montón de muerte. “No tengo sentimientos reales en mi alma. / Donde la mayoría tiene pasión, yo tengo un hueco”, exponen las terribles letras de Reed.
El había bosquejado canciones para las producciones teatrales de las obras de Lulu –muy controvertidas en su momento y a apenas un poco menos cien años más tarde– del director y coreógrafo Robert Wilson en Berlín. “El nos preguntó si nos enganchábamos –dice Ulrich– y hemos sido tocados y cambiados para siempre por la experiencia.” Hetfield agrega: “Pensamos: ‘¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos agregarle a la potencia que tiene esto para llevarlo a otro nivel, para hacerlo rockear?’”. “Esto es perfecto –asegura Reed–. Lo mejor que hice, con los mejores tipos que pude encontrar sobre el planeta. No le cambiaría ni una coma. Por definición, todos los involucrados lo hicieron honestamente. Esto ha llegado al mundo puro. Empujamos tanto como pudimos dentro del mundo de la realidad.”
El objetivo confeso de Reed ha sido a menudo hacer fraguar el espíritu de Burroughs, Tennessee Williams, Selby y Poe con tres o cuatro acordes, maridar la alcantarilla con las estrellas, fusionar la basura y la majestuosidad. Cierta vez él dijo: “Abrigué la esperanza de que la inteligencia que alguna vez habitó las novelas y las películas ingeriría al rock”. Y agregó: “Quizás estuviera equivocado”. O, después de esto, quizás él lo haya hecho bien.
Estos dos gigantes de la música se juntaron por primera vez en octubre de 2009, para los conciertos del 25º aniversario del Salón de la Fama del Rock and Roll en Nueva York. Metallica –Hetfield en voz y guitarra, Ulrich en batería, más el guitarrista Kirk Hammett y el bajista Rob Trujillo– tocó con el héroe local Reed los clásicos de Velvet Underground “Sweet Jane” y “White Light/White Heat”. Reed: “Desde entonces supimos que estábamos hechos los unos para los otros”.
“Nos invitaron a ser anfitriones de un segmento en la fiesta del aniversario del Salón de la Fama”, recuerda Ulrich. “Supongo que nosotros representábamos a los outsiders, a los artistas más radicales. En el primer lugar de nuestra lista para colaborar estaba Lou, quien es como una versión de Metallica en una sola persona, en un sentido. El siempre ha hecho lo suyo, durante décadas, siguió reinventándose, de-safiándose no sólo a sí mismo, sino también desafiando a sus seguidores. Y simplemente se sintió bien, no hubo que hacer esfuerzos. Así que nos las arreglamos, inspirados. Entonces Lou nos lanzó: ‘¿Por qué no vamos más allá y hacemos un disco juntos?’. Nosotros tuvimos que dar vueltas por el mundo y terminar nuestra gira de Death Magnetic, y después... ¡estuvimos listos!”
El plan original fue quizá menos arriesgado y atrevido: revisitar lo que el baterista describe como “algunas de las joyas perdidas de Lou”. “Eran canciones a las que él quería darles otra vuelta de rosca y nosotros podíamos hacer eso que hacemos con algunos de esos temas.” Esa idea “estuvo en el aire durante un par de meses”. Entonces, sólo una semana antes de que empezaran las sesiones, “Lou llamó y nos dijo: ‘Escuchen, tengo esta otra idea...’”.
“Nosotros teníamos mucho interés en trabajar con él”, explica Hetfield. “Yo tenía estos signos de pregunta enormes: ¿cómo va a ser?, ¿qué pasará? Así que estuvo buenísimo cuando nos mandó las letras para Lulu. Era algo a lo que nosotros le podíamos hincar el diente. Yo podía salir de mi rol de cantante y letrista y concentrarme en la parte musical. Estas letras eran muy potentes, con un paisaje sonoro detrás de ellas como atmósfera. Lars y yo nos sentamos con una acústica y dejamos que esta página en blanco nos llevara hacia donde ella necesitara ir. Fue un gran regalo que nos pidieran que estampáramos ‘Tallica en esto. Y eso fue lo que hicimos.”
“¿Estampado?”, se ríe Reed. “¡Marcado a fuego! Ya está ahí y no va a salir...”
“Esta idea sonaba como una situación incluso mejor para nosotros”, sugiere Hammett. “Nos daba la oportunidad de colaborar realmente con Lou en algo que no estaba establecido de antemano. Terminamos escribiendo y grabando con él en directo, sin demasiado trabajo posterior, ni ocurrencias tardías. Fue un ejercicio de espontaneidad, de improvisación: hay cosas que simplemente no podíamos recrear. Nos rendimos ante la magia.”
Reed repasa la génesis de su Lulu: “Había trabajado en esto durante un tiempo. En Berlín me dijeron que había catorce versiones de esta obra dando vueltas, con el énfasis puesto en lugares diferentes, pero la idea central es como la caja de Pandora. Lulu es la gran femme fatale. Fue concebida como inmoral, o amoral. Ella era impactante para la burguesía de esos tiempos; supongo que por eso fue escrita. Entonces metí mis zarpas en eso, traté de encontrarle un sentido con mi media naranja, Laurie Anderson. Al principio fue casi imposible. Tuvimos que entender quién era Lulu, su psicología. Tuvimos que darle vida de un modo sofisticado, usando el rock. Y el rock más duro y poderoso en el que se puede pensar es el de Metallica. Ellos viven en ese planeta. Tocamos juntos y lo supe: un sueño hecho realidad”.
“Mi Lulu tenía una cabeza, pero necesitaba un cuerpo”, sigue Reed. “Ellos dijeron: ‘Vamos, hagámoslo, no podemos esperar’. Yo había estado sumergiendo mi psiquis en Lulu y los otros personajes, y en el estudio lo examinamos más a fondo. No siempre canta Lulu; cambio de equipo, de personaje. No es fácil. No es un disco fiestero. Es tipo: ‘¿Qué pasa si tratás de llevar todo esto a un nivel superior?’. Se dice que si tenés que pensarlo, no podés rockear. Pero la mente es la zona más erógena que conozco, así que ése es un comentario inusualmente estúpido. Esto es un nuevo género; aquí es donde me gusta existir.”
Entonces, ¿cómo podrán los demás sentirse después de escuchar Lulu, con sus letras gráficas de celos, lujuria, violencia y revancha, sus riffs chirriantes y sus tonos tentadores? ¿Encantará u ofenderá a uno o ambos grupos de fans? “Definitivamente, no es ni un disco de Metallica ni uno de Lou Reed”, asegura Hammett. “Es algo diferente. Un nuevo animal, un híbrido. Nadie de nuestro mundo, el del heavy metal, ha hecho antes algo como esto.” Trujillo complementa: “Nos ha hecho ser una mejor banda. Y va a hacer que algunos pierdan la compostura. Y eso es bueno. Podría ser perturbador. Y al mismo tiempo podría ser hermoso. Es un matrimonio de actitudes”.
Cuando se le pregunta si sacó a Metallica fuera de su zona de confort, Reed se ríe. “¿Alguna vez escuchó su ‘zona de confort’?” Lars sonríe: “¡Estábamos inventando la rueda! Nos excitaba habernos arrojado a una situación sin estructura específica. A lo largo de los años hemos tratado, en ciertas piezas instrumentales, de ir lo más lejos posible, pero nada de lo que habíamos hecho nos preparó para el lugar hasta donde fue esto. Pasamos cuatro semanas en nuestro estudio; Lou llegó el primer lunes y para la hora del almuerzo ya estábamos metidos bien profundamente en esto, más rápido que lo que cualquiera pudiera medir. Ha sido un viaje auténtico, intuitivo e impulsivo. No estábamos siempre seguros de hacia dónde iba, pero seguro que era muy excitante vivirlo”. Reed acuerda: “Todos nos sentimos del mismo modo”.
Hetfield continúa: “Es fantástico tener con nosotros a otra fuerza poderosa como Lou. Hubo un período de sentirse fuera de lugar, pero enseguida –a pesar de que los otros Metallica me habían puesto el sobrenombre Dr. No– no podía parar de decir que sí. Pensé que simplemente teníamos que estar de acuerdo en que esto es fabuloso. ¿Quién maneja el barco en este punto? El momento. Tan pronto como nos sacamos el miedo a no poder controlarlo, estábamos en el paraíso. Tantas ideas, pero todos acordando en que esto es mágico, en que no había que arruinarlo. Celebremos lo que está pasando aquí”.
Reed dirige la atención al extraordinario track de 18 minutos “Junior Dad”. “Hay un tema clásico de una nota al final, que dura cierta cantidad de tiempo. A mí me resulta casi imposible escucharlo de nuevo. Pero era –es– lo que es. Entonces no se lo toca. No hasta la última nota. Me cortaría un miembro para asegurarme de que nadie toque eso y que expire naturalmente. Que vaya hasta donde va. Y como todo el mundo sentía lo mismo, no fue una medida tan difícil de tomar. Ahí está la clave: todos sentíamos lo mismo. Hubo miles de accidentes felices. Simplemente se trataba de nuestras respuestas emocionales, y de habilidad para tocar.”
“Disfrutamos cada momento”, dice Ulrich. “Cada momento”, repite.
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