“Me inspira lo que me moviliza”
El cantautor de Villa Allende transita la senda que antes abrieron el Cuchi Leguizamón, Jacinto Piedra y Peteco Carabajal. A los 33 años, es una de las figuras que encaran una búsqueda distinta sin alejarse demasiado de la raíz.
Por Cristian Vitale
Su radio de acción es entre Villa Allende y Chilecito, una especie de cordón umbilical que trenza zambas, chayas y chacareras como si fueran trillizas. Desde allí, Emiliano Zerbini irradia sus pareceres sonoros hacia el Norte (Santiago del Estero, inevitable) y hacia “su” Sur: Mendoza, Santa Fe y Buenos Aires. “Su” Sur porque él, guitarrista y compositor, mira el país desde la Córdoba rural que lo vio nacer, y lo relojea desde el carnavalero pueblo de La Rioja que lo forjó cuando adolescente. “La gente del Norte vive el hecho folklórico como algo cotidiano. No es algo que nace de estudiar sino de cantar en forma de canción folklórica cualquier vivencia. Vivir en contacto con esa cotidianidad pueblera, con esa cuestión tranquila, de paisaje, son rituales de campo. De ahí nace mi canción”, postula, como principio motor de su ser musical. Zerbini, 33 años, figura a tener muy en cuenta dentro de las nuevas-viejas vueltas de la música de raíz, lleva tres discos grabados (Ofrendas, Canciones puebleras y el flamante Luz de andar) y una impronta que porta el sello de sus referencias: Cuchi Leguizamón, Jacinto Piedra, Peteco Carabajal o Raly Barrionuevo. “Mi canción está compuesta de tres cosas fundamentales: las emociones personales, el amor al paisaje y el compromiso de cantar lo que le pasa a la gente”, sigue definiendo el músico.
En rigor, su generoso último disco, que presentará mañana en el Hotel Bauen (Callao 360), contiene un poco de cada cuestión, además de apropiadas versiones de quienes miró para ser: “Chacarera del sufrido”, de Los Hermanos Abalos; “La flor del jazmín”, del Chango Rodríguez; “Fueguito de la mañana”, de Jacinto Piedra; o “Halleluja”, el tema de Marius Westernhagen que León Gieco nacionalizó para sus mensajes del alma. “Creo que cualquier chango que ande haciendo folklore y escuchó MPA no tiene retorno”, dice Zerbini y suelta la risa. “Ese grupo fue contundente, tanto como lo fueron el Cuchi, Raly, el Dúo Coplanacu o Ramón Navarro. Desde ellos para acá, la posibilidad de mixturar, de generar una búsqueda distinta, se tornó más concreta. Creo que se ha encontrado una belleza estética en las nuevas búsquedas. El hecho de que Gieco haya salido a recorrer todo el país también fue muy importante para que la changada diga: ‘Se puede hacer algo distinto sin ser irrespetuoso’.”
–En su música fluye esa tensión estética. ¿Cómo hace para generar un enfoque actual en el folklore sin desoír el peso de la tradición?
–Lo principal es el respeto a nuestra tierra con todo lo que ella tiene... Incluso con esas cosas de pueblo que no son tan bonitas, como los prejuicios. Creo que tenemos que respetar nuestro lugar con todo eso. Entonces, una vez logrado eso, la brecha que comunica lo que va a venir con lo que pasó es algo que la nueva changada se puede permitir sin problemas. Lo ideal es tener una búsqueda nueva con una estructura antigua. Digo, la chacarera sigue siendo chacarera, aunque la lleves hacia un lugar más latino o la toques con instrumentos más modernos.
–¿Incluso electrónicos? Porque los eléctricos ya están incorporados y aceptados hace tiempo en el folklore. La realidad es que lo electrónico está más ligado al porteño que hace folklore, mientras que en las provincias, en general, hay una hermandad mayor con el rock...
–Es que en Buenos Aires se convive más con un subte o con una calle llena de colectivos más que con un sendero, una acequia o un ritual como la chaya. No está mal... Es lo que toca por el lugar. Creo que la estética por la estética en sí no sirve. Si buscás una, tiene que coincidir con tus vivencias.
–¿Cómo se traduce esto en su caso?
–Vivir en Córdoba trae mucha urbanidad a lo que hago, igual que venir de vez en cuando a Buenos Aires. Es honesto, porque no estamos inventando un sonido para llamar la atención o ponernos en un lugar de exposición diferente.
Para describir mejor a Zerbini, y sin entrar en laberintos de academia musical, sobra con decir que es de los artistas que más jóvenes convoca en las peñas de Cosquín, que sus canciones emocionan por genuinas –nada hay en ellas de folklore prefabricado–, que tienen piedra y camino, y que emergen como alternativa válida para no estar hablando siempre de Raly Barrionuevo y sus bondades. “Mis canciones son testimoniales, me inspiro a través de algo que me moviliza y me toca”, afirma Zerbini. “En una época ha sido una cuestión de añoranza y nostalgia... En el primer disco sobre todo, en que era más chango y me fui de casa. También hay una influencia generacional dedicada a hacer una postal de mi aldea, pero después, además de la sensibilidad social que me aportaron Zitarrosa y Cafrune, empecé a descubrir que el cantor no tiene por qué achicarse si le canta al amor, siempre y cuando la canción sea bella, no melosa... Hay tendencias que no están buenas, no me gusta tratar al amor desde ese lugar.”
–¿Mantiene la independencia con la que encaró sus primeros discos?
–Sí, aunque por primera vez pude concretar con DBN para que el disco llegue a todo el país. Está bueno crecer para ese lado, sentir que estás haciendo las cosas un poco más profesionalmente, y buscar ese training que te da laburar con un productor, que además es un amigo (el Coplanacu Roberto Cantos), o distribuirlo por una empresa nacional, porque todos sabemos que el laburo independiente tiene sus limitaciones en lo comercial. He pasado malos momentos cuando decidí vivir de la música, pero siempre le puse el pecho. Siempre me la banqué. Uno tiene que hacerse cargo de lo que hace y dice.
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