Cuando tocar es enamorarse de la música
Su fascinación por el jazz llegó desde temprano y través de la radio; desde ese primer momento desarrolló una tarea de intensa actividad, grabando, tocando en vivo y a través de una escuela que lo convirtió en referente de la enseñanza.
Por Diego Fischerman
La noticia circuló primero por las redes sociales. Y hubo un dato llamativo. Había
muerto, a los 82 años, Walter Malosetti, uno de los músicos más queridos y respetados
del jazz argentino. Y entre los comentarios resaltaba una palabra, escrita una y otra
vez por quienes se inspiraron en él, por quienes fueron sus discípulos, por los que
tocaron junto a este notable guitarrista o, simplemente, por los que lo conocieron o
estuvieron cerca suyo en algún momento de su fructífera vida: “maestro”.
“Finalmente papá terminó su lucha y ahora descansa en paz. Gracias por el amor que
sabemos sus hijos y familiares que todos ustedes sienten por él”, escribió su hijo, el
excelente bajista Javier, que siempre reconoció haber aprendido de escuchar tocar a su
padre. Nacido en la provincia de Córdoba el 3 de junio de 1931, Walter Malosetti se
enamoró del jazz, como muchos en esos años, a través de la radio. Su padre y su hermano
mayor eran músicos y ya desde antes de cumplir veinte años tocaba en bandas de jazz, la
Guardia Vieja Jazz Band, la California Ramblers, The Georgians Jazz Band. “Uno siempre
toca solo”, había dicho en una charla con Página/12 en la que se refería a la grabación
de su primer disco a solas, PALM (iniciales de Pedro Alfredo Lucas, su hermano, luthier
y también guitarrista). Un disco nacido del insomnio y, a la vez, de un largo sueño.
“Había muerto mi mujer, de golpe tenía mucho tiempo, al no tener que cuidarla, y no
podía dormirme, así que tocaba la guitarra toda la noche.”
Además de prócer del jazz argentino, con una trayectoria que incluye el paso por Swing
39, aquel grupo en el que transitaba por el estilo del quinteto del Hot Club de Francia
de Django Reinhardt y actuaciones con los más importantes músicos de jazz de varias
generaciones, parte de su peso en la escena musical local tiene que ver con la escuela
con la que durante años fue referente en el campo de la docencia de música de tradición
popular. “Hay cosas, desde ya, que no pueden enseñarse”, explicaba. “Paradójicamente,
no se le puede enseñar a alguien a ser músico; a ser sensible, a escuchar, a tener algo
para decir. Pero sí se pueden dar los elementos para que quienes tienen adentro eso tan
difícil de transmitir lo puedan sacar afuera. Para que quienes son músicos de alma
encuentren la mejor manera de serlo. Creo que puedo ser útil –decía– y que lo que se
transmite no es sólo la técnica; también hay palabras, hay cosas que se le pueden decir
a un chico que uno ve que tiene real interés y pasión por aprender, para guiarlo. A
veces es más importante decirle ‘no toques’, ‘guardate algo’, ‘dejá que se oiga el
silencio’, que enseñar a tocar. Hay que buscar la sencillez.”
Con Swing 39 grabó seis discos, y participó en el primer álbum solista de David Lebon.
También tocaría, años después, en el tema “Cazar toreros”, del disco Horno para
calentar los mares de Illya Kuryaki and the Valderramas. Autor de los libros Bases de
improvisación para guitarra y Armonías de blues, había sido reconocido como Ciudadano
Ilustre de Buenos Aires y, también, de Ushuaia, donde el Festival de Jazz de esa ciudad
lo homenajeó en 2010, cuando cumplió 79 años. Un año antes, Mariano Otero había grabado
Desarreglos, el disco con la música que había escrito en homenaje al guitarrista, a
pedido del Festival de Jazz de Buenos Aires. “Walter fue muy amigo mío, lo admiré
mucho”, comentaba ayer el contrabajista. “Era un maestro. Me dio mucho amor, y yo lo
quise como un padre o un abuelo. Nunca nadie habló mal de él. Tengo mucha tristeza.
Sabía que estaba mal, y que se iba, y cuando vos querés a una persona querés lo mejor
para ella, pero cuando esa persona se va, eso te destruye.”
La última producción discográfica de Malosetti, del año pasado, fue Esencia. Allí
tocaban con él Mauro Vicino y Walter Coronda en guitarras rítmicas, Guillermo Delgado,
Pablo Carmona y Fernando Lupano alternándose en contrabajo, Pablo Gignoli en bandoneón,
Larry Martin en batería y Marcelo Peralta en saxo tenor, y el repertorio incluía una
versión de “Soledad”, de Gardel y Lepera. “Elegir lo que uno va a tocar no se trata
sólo de quedarse con los temas que a uno más le gustan, sino con esos con los que
siente que tiene una afinidad”, contaba a este diario. “En mis últimos discos
predominan los temas lentos, y tal vez sea porque es allí donde siento que tengo algo
que quiero expresar. No sé, también los músicos que me gusta escuchar son los que
eligen más lo que dejan de tocar que lo que tocan. Mi ídolo es Jim Hall y él jamás va a
meter una escala veloz porque sí, sólo para lucirse o para demostrar que puede tocarlo.
Todo es fino, tiene que ver con los matices, con el desarrollo de una idea. Ojo, hay
músicos como John McLaughlin que tocan rapidísimo y son muy grandes artistas. A mí
puede no gustarme demasiado lo que hacen, pero eso es sólo una cuestión de gustos. En
casos como el de él, la cantidad de notas y la velocidad son, directamente, parte del
estilo. Ellos son eso. Sé que muchos dicen lo mismo, pero lo importante es lo que hay
para decir, no la técnica. Louis Armstrong no había estudiado música y era genial. B.
B. King toca pocas notas y a uno se le pone la piel de gallina. Y Pappo era
maravilloso. Mis discos, no sé. Tardo en conocerlos. Yo soy lento para valorar mis
cosas. Las acepto, simplemente, porque entiendo que me representan.”
Martes, 30 de julio de 2013
“Entre nosotros no existe la competencia”
El 19 de octubre de 2007, luego de un encuentro en el escenario de La Trastienda,
Cristian Vitale reunió a Malosetti padre e hijo en una charla imperdible. Aquí se
ofrecen algunos pasajes.
“A la gente le gusta esto de ver a padre e hijo juntos, es lindo y muy familiero...
pero para nosotros es natural. No le damos tanta pelota, porque convivimos toda la vida
así. El es socio, amigo y compañero de mis peores juergas. Cada vez que viene a casa,
me da un beso y lo primero que hace es fijarse arriba de qué cama hay una viola. Se
pone a tocar, yo agarro el bajo y tocamos juntos antes de hablar de nada. Tocar juntos
para nosotros es más natural que comer juntos.” Javier.
“Al tocar con él se me aparece toda la vida... desde que él era chiquito y estaba
sentado en una alfombra, cuando ni siquiera sabía caminar, y ya entonaba canciones. Las
inventaba y eran coherentes. Pero mucha oreja de Javier deriva también de la madre,
eh.” Walter.
“El free jazz no es tan osado como dicen. Es un lugar cómodo para un músico que no
tiene ganas de aprenderse las formas. Tocar cualquier cosa no es nada osado, me parece
más osado poder decir sobre ciertos cánones. No es loco el free, es una boludez. Lo
valiente es todo lo contrario. Un ejemplo: es más fácil andar en bolas por la calle,
pero eso es de boludo.” Javier.
“Yo, por mi forma de ser, enseñé con mucho cariño. No sé si seré el mejor profesor
o el peor, pero entendía y entiendo a mis alumnos, me da igual si les gusta el rock, el
tango, el folklore o el jazz, porque pienso que si no tenés amplitud sos un gil. Hay
que escuchar de todo. A Javier le noté condiciones desde muy chiquito. A los 12 años ya
lo llevaba a tocar la batería, y a veces lo retaba porque tocaba muy fuerte.” Walter.
“Sé de muchos músicos que tienen padres o hijos músicos, que son como una carga el
uno para el otro. Se da una relación traumática o tortuosa, en el que uno aparece como
la sombra del otro. En este caso no ocurrió nunca, porque cada uno está en su mundo,
feliz de los logros del otro. A la par, 50 y 50, hombro a hombro. Entre nosotros no
existe la competencia. Yo vivo y soy músico gracias a él...” Javier.
“Entre nosotros hay un vaivén que siempre está entre los músicos, sea tu hijo o no.
Generalmente, hablamos de gustos. ¿Te gusta éste? ¡Mirá lo que toca el animal!, y así,
pero los gustos personales no se imponen. A lo mejor, a él le gustan cosas que a mí
no... pero las terminé incorporando. Javier me descubrió a The Beatles cuando yo les
daba una importancia relativa. Pero también aprendí mucho de mis alumnos. No hay que
negar la espontaneidad. Si podés aprender algo todos los días, mejor. La integración en
música es fundamental, porque un tipo que toca solo toda su vida encerrado en una
pieza, no procede.” Walter.
Martes, 30 de julio de 2013
Formador de músicos
Por Adrián Iaies
Se fue Walter, finalmente. Después de pelear hasta el final. No tuve la fortuna de
tocar con él, pero sí de tratarlo, en los últimos diez años, aproximadamente. Alguien a
quien siempre daba gusto encontrar. Ese mix perfecto de dulzura, swing e ironía. Y
siempre con algo para contar. Un guitarrista de excepción con una virtud no tan
sencilla de encontrar en los guitarristas: su estilo nunca dependió de las modas, el
tocaba swing, y eso es atemporal. Tocó casi hasta el final y seguramente se trate de
uno de los jazzmen argentinos con una carrera más dilatada, con una buena cantidad de
grabaciones y con muchísimas noches de escenario. Sin embargo, aun antes que esa faceta
de artista talentoso, honesto y trabajador, lo que necesariamente prima es su condición
de gran maestro. A diferencia de la música clásica –donde la tradición descansa sobre
un corpus de papeles, las partituras–, en el jazz esa reserva, esas raíces están en los
discos y, por ende, se trata de una condición naturalmente más abstracta y donde la
figura del maestro que guía a través de esa región siempre un tanto misteriosa es
clave. Y Walter fue un gran maestro. La prueba de ello no son sólo los miles de alumnos
que pasaron por su escuela, sino que él mismo prefería tocar con músicos más jóvenes
que luego fueron, ellos mismos, líderes y continuadores de esa tradición. Pienso, en
principio, en Javier, su hijo. Uno de los músicos de jazz más completos que hay por
estas tierras, puro talento. Pero pienso, por ejemplo, en Pepi Taveira o en Mariano
Otero. En Armando Alonso, en Lito Epumer. A mí siempre se me antojó –a los músicos de
jazz nos gustan especialmente las analogías, por alguna razón– que Walter era una
especie de Art Blakey local, un formador de músicos y de líderes. Evidentemente sabía
transmitir esa condición. En mi primera edición como director del Festival de Jazz de
Buenos Aires le hicimos un homenaje, del modo que yo personalmente creí que más lo
reconfortaría. Más allá de la plaqueta de rigor y los discursos, le comisionamos a
Mariano Otero que reescribiera algo de la música de Walter para luego impregnarla de su
propio estilo. Eso y no otra cosa es el jazz. Y de eso Walter sabía mucho. Lo vamos a
extrañar.
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