Ya hace unos cuantos años que el pianista que ayudó a inventar el jazz (y ayudó a otros como Miles Davis a inventarlo también) muestra un interés impenitente por cruzar la vereda y darse una vuelta por otros barrios musicales. Ya lo hizo con el videoclip, con Nirvana, Los Beatles, Gabriel, Prince, Paul Simon, Sting, Annie Lennox y Christina Aguilera entre muchos otros. Ahora, el reciente The Imagine Project lo encuentra al piano frente a un puñado de canciones (empezando por la de Lennon, e incluyendo a Dylan, Marley, Los Beatles y hasta un poema de Rilke) rindiendo homenaje no sólo a esa música, sino al pacifismo y el budismo que abrazó hace más de 30 años.
Por Diego Fischerman
Había unos muñequitos bailando. No. Eran, en realidad, partes de muñecos: unas piernas con pantalones, una cabeza de pelícano, o algo así, las caderas de un maniquí, blancas, caminando y girando alrededor de una especie de noria tecnificada. Y una música que, en 1983, daba entrada al giradiscos como instrumento de percusión, de la mano de un pionero, el DJ GrandMixer D.ST. De paso, allí, en ese tema llamado “Rockit”, donde los típicos ostinatos de Herbie Hancock se imprimían sobre una matriz funk –el bajista era el luego famoso Bill Laswell–, uno de los músicos más importantes del jazz se apropiaba del videoclip, el formato que el pop había inventado para sí, y lo llevaba a su standard más alto.
Ese es un principio posible. Hay otros: dos de los temas del disco Headhunters, de 1973, y, también, dos de los temas fundamentales del jazz-rock: “Chamaleon” y “Watermellon Man” (que ya había grabado en su primer disco solista, Takin’ Off, en 1962). O dos de los temas con los que, en los ‘60, había dibujado el rostro del nuevo jazz, “Maiden Voyage” y “Cantaloupe Island”. Y eso sólo para entender que Herbie Hancock no fue el pianista de Miles Davis sino el pianista del que Davis se valió para dar un nuevo giro a su carrera y fundar uno de los grupos más extraordinarios de todos los tiempos, el quinteto que incluyó además a Wayne Shorter en saxo tenor, a Ron Carter en contrabajo y a Tony Williams en batería. Y para entender, también, que reclamar estilismo y pureza a quien es uno de los estilistas más puros del jazz es ignorar, por lo menos, la mitad de la historia de Herbert Jeffrey Hancock, estudiante de piano desde los siete años, temprano concertista junto a la Sinfónica de Chicago a los 11 (en un movimiento de un concierto de Mozart), graduado en el Grimell College y, a los 21, pianista del trompetista Donald Byrd –con quien grabó Free Form, en 1961–. Una mitad de la historia que incluye al sorprendente The Imagine Project que, grabado en varios países, cantado en varios idiomas, con voces como las de Pink, Seal, Chaka Khan o Juanes, junto a grupos tan diversos como Los Lobos, The Chieftains o Konono No 1 y con instrumentistas como el saxofonista Wayne Shorter o el guitarrista Jeff Beck, acaba de ser editado por su propio sello y publicado localmente por Sony Music.
Influido por Clare Fischer y, desde ya, por Debussy, Hancock fue uno de los pianistas más influyentes del jazz. También fue uno de los compositores más importantes del género y su estilo, con el retorno cíclico de unos acordes ambiguos y una melodía modal sobre ellos, se trasladó en gran parte al quinteto de Davis, entre 1964 y 1968. Ese estilo volvió, además, en proyectos como VSOP (el quinteto de Davis pero con Freddie Hubbard en la trompeta o, más adelante, con un jovencísimo descubrimiento, Wynton Marsalis). No se trataba de homenajes a Davis, ni siquiera cuando el quinteto incluyó a Wallace Roney y grabó A Tribute to Miles, sino, más bien, de recordatorios de lo que Miles había tomado de él y de aquellos discos en el sello Blue Note que, entre 1962 y 1969, habían sido tan importantes como los de Miles: Takin’ off, My Point of View, Inventions and Dimentions, Empyrean Isles, Maiden Voyage, Speak Like a Child y The Prisioner. Pero, además de haber sido uno de los creadores del lado funk del jazz, son varios los proyectos en los que mostró su interés por las infinitas posibilidades de los cruces e impurezas: The New Standard, un disco de 1995 donde un irreprochable grupo de jazz (Dave Holland, Jack De Johnette, John Scofield y Michael Brecker) hacía temas de Nirvana, Stevie Wonder, The Beatles, Peter Gabriel y Prince; Gershwin’s World, de 1998, donde el obvio homenaje a Gershwin –que incluía el segundo movimiento del Concierto en Sol de Maurice Ravel– tenía entre sus invitados a Joni Mitchell y a Stevie Wonder; Possibilities, de 2005, un disco de dúos con Paul Simon, Annie Lennox, Carlos Santana, Sting y Christina Aguilera, entre otros; River. The Joni Letters, de 2007, un tributo a Joni Mitchell con Norah Jones y Tina Turner entre las voces convocadas y Leonard Cohen como recitante.
The Imagine Project está producido por Larry Klein, ex marido y productor de gran parte de las grabaciones de Joni Mitchell y actual esposo de Luciana Souza, la cantante brasileña que cantaba exquisitamente “Amelia”, en el homenaje a Mitchell, y que Osvaldo Golijov eligió para Oceana. Y The Imagine Poroject, concebido a partir de la canción de John Lennon como un recorrido por piezas acerca de la paz y atravesado por el budismo que el pianista abrazó hace unos treinta años, es un excelente disco del lado impuro de Hancock. Un poco a la manera de los emprendimientos de Quincy Jones en los ‘70 y ‘80, el rhythm & blues ofrece el caldo en que se cuece una suerte de panafricanismo que, en este caso, se amplía a las herencias de la copla paisa del colombiano Juanes, o a las fantásticas intervenciones de la extraordinaria sitarista Anoushka Shankar (hija de Ravi, con quien ha tocado música tradicional de la India, hermanastra de Norah Jones, con quien también ha grabado, y compañera musical del violinista Joshua Bell, con quien reeditó el dúo de su padre con Yehudi Menuhin) y a la voz de la brasileña Céu, que canta magníficamente “Tempo de amor”, de Baden Powell y Vinicius de Moraes. Aquí y allá aparecen los solos de Hancock, siempre reveladores y exactos pero, en este caso, breves y ceñidos a la autoimposición del formato de la canción. También, el siempre agradecible sonido de Shorter en el saxo soprano: esas notas largas y esas ráfagas que ocupan los intersticios entre melodías que, en particular, diseñó en sus numerosos trabajos junto a Joni Mitchell (en este caso, toda una protagonista en ausencia). Hancock dice no estar interesado especialmente en el jazz. Dice, también, que el jazz, la manera de pensar en la música que el jazz enseña, es lo que le permite hacer un disco como éste. Y es cierto: como aquel Gula Matari que Quincy Jones grabó en 1970, donde una genial Valerie Simpson cantaba “Bridge Over Troubled Waters”, éste es un disco pop realizado por alguien que mira el pop como fuente, que puede abrevar en él y es capaz de sumergirse en sus leyes pero cuya mirada no es la del pop. Alguien que, entre otras cosas, inventó una de las lenguas del siglo XX y, aunque no lo haga conscientemente, no puede dejar de usarla.
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