Trece años después de The Marshall Mathers LP, disco bisagra en su carrera, el más grande
rapero blanco entrega un álbum que exuda dignidad, sangre y, de a
ratos, buena música. Y que lo muestra lejos de las maniobras paródicas y
las poses de machito vacías de sentido.
Por Luis Paz
Marshall
Bruce Mathers III, entonces Marshall Mathers, entonces M.M., entonces
M’n’M, entonces Eminem. Aunque no el primero (honor estadístico que en
1981 acreditó DJ Flash, posterior miembro del Rappers Rap Group), el MC
de 42 años de Mi-ssouri es el solista blanco más
importante habido en el rap. Talentoso, explosivo, brutal, mandaparte o
boludón, Eminem hilvanó en el cambio de siglo una trilogía fenomenal
con The Slim Shady LP (1999), The Marshall Mathers LP (2000) y The
Eminem Show (2002), soberbia galería de cortes para pasear: “My Name
Is”, “The Real Slim Shady”,
“The Way I Am”, “Cleanin’ Out my Closet”. Pero el nervio estaba debajo
de esa grasa, en partes oscuras como “Role Model”, “Stan”, “Kim” o hasta
“Drug Ballad”.
Como esa casa que muestra la portada del disco, toma actual del hogar que fue tapa del primer volumen, algunos de los actos del Show de Eminem parecen clausurados. Las maniobras paródicas, el abuso de la pose macha. “Me siento mucho mejor”, canta en “So Much Better”. Y ante eso uno podría imaginar que, entonces, la gracia de Eminem ya fue. Es cierto que del rudo resentimiento hacia su madre, su ex esposa y sus verdugos extirpó sus más hirvientes versos, pero Marshall Mathers 2 tampoco es un tecito helado. Es Eminem llegando a los 40 con la ciudad de Detroit (tema y problema suyo) en bancarrota, Kanye West corporizando en un solo envase a Dr. Dre y a Prince; Kendric Lamar y Tyler The Creator cebando al piberío urbano cool, y Jay Z tocando para el cumpleaños de Michelle Obama con su esposa Beyoncé.
Acá Eminem mama del rock y los Beastie Boys (“So Far...”, “Berzerk”), del dubstep (“Evil Twin”), pero se mantiene anclado en una personalísima manera de rapear que podría señalarse con Breaking Gangsta: Eminem es, sin dudas, el original del Jesse de Breaking Bad, pibe conflictuadito que gana onda a partir de un oficio no convencional (rapero, cocinero de cristales de metaanfetamina, da lo mismo). De hecho, ¡Jesse Pinkman habla como M.M.! Después, los factores permanecen variables: donde estaban Carson Daily y Britney Spears ahora aparecen ajusticiados Justin Bieber y Lady Gaga.
El encanto de Eminem siempre fue directamente proporcional al volumen de saliva expelido en el vértigo del rap. Aunque detrás parezca tener un coro de porristas pasadas (“Survival”), encare una “balada” que suena a cover de Matisyahu (“Stronger Than I Was”) o se monte al canto de sirena de Rihanna (“The Monster”), el Eminem que importa de The Marshall Mathers LP 2 es ése que se esconde en los pliegues de un disco menos ríspido y duro (en todos los sentidos) que los de su obra en torno del año 2000, pero con una energía recobrada de aquel reflejo en el espejo del milenio estrenado. “Todo el mundo quiere la llave y el secreto para la inmortalidad en el rap como la tengo. Bueno, para ser sincero, el plan no es más que rabia y exuberancia juvenil”, apura en “Rap God”. Si bien no se trata del disco más iluminado, rabioso y exuberante, y claramente tampoco el más juvenil, esta segunda vuelta tiene dignidad, sangre y, de a ratos, buena música, si lo que se espera de la música es que en su vibración alcance las cuerdas del mundo, sean las de la bondad o del rencor, de lo bello o lo nefasto.
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