Yo sé que vendrán caras extrañas
Por Chino Laborde
El
destino me dio la fortuna de haber sido criado en un hogar con mucha
música en el aire. No sólo escapándose de algún tocadiscos o de la
radio, sino también de la televisión. Mi abuelo materno, herrador de
caballos, músico aficionado, tenía el maravilloso berretín del
bandoneón. En mi casa se tocaba música en vivo con distintas formaciones
(dúo, trío, cuarteto... guitarras, violines), entonces fui abriendo los
ojos y los oídos con esos instrumentos que usaban para recrear los
tangos. A esto se sumaban la voz de mi tía, la de mi madre y la de
muchos otros parientes y vecinos que se acercaban, generalmente los
sábados, a la herrería de caballos de Sarandí, en Avellaneda.
Langostinos, asado y largas cantatas con las maravillosas poesía y
música porteñas del siglo XX, que nos legaron los grandes creadores de
ese género excepcional: el tango.
Corría el año 1980. Cargaba yo con mis siete años casi ocho, cuando
de repente se apagó el bandoneón: mi abuelo Pepe, mi primer ídolo, nos
dejó físicamente. Entonces, de una manera muy natural, el tango y toda
su riqueza pasaron a estar de luto en mi hogar. La casa se silenció. Yo,
como buen hijo único, ya era un niño muy amigo del televisor. Era el
comienzo de la era del videoclip, todavía no existía el control remoto
para el zapping. Y, para ese pibe que creía que el mundo de la música
era un señor canoso, con una caja que se abría y se cerraba sobre su
regazo exhalando melodías muchas veces tristonas o melancólicas (música
que amo), sucedió un evento inesperado y revelador.Lo que vi de repente en la pantalla fueron unos “seres humanos” vestidos de una forma estrafalaria y con sus caras ocultas tras un maquillaje blanco con tintes negros, empuñando unas guitarras estrambóticas, muy diferentes de las criollas que ya conocía. Saltaban y destilaban un misterio, una suerte de magia, algo para decodificar. Un sonido estruendoso, agresivo, sensual y sexual, cantado en un idioma totalmente desconocido para mí. Era la llegada del rock a mi vida. En definitiva, una revolución dentro de mi cabeza y mi sangre. Era la primera vez que me topaba con semejante cuadro dantesco: ¡¡¡los neoyorquinos Kiss!!!
Un poco alienígenas, un poco superhéroes, un poco hombres, un poco mujeres, interpretando una canción con una melodía hiperpegadiza que instantáneamente se clavó en el centro de mi ser: “I Was Made for Lovin’ You”. O “Fui hecho para amarte”, la canción que, con el paso del tiempo, se transformaría en nuestro Himno Kissero. Canción que me acompañaría por toda la eternidad. Canción que marcaría el antes y el después. Canción que todos (creo) cantamos y silbamos o bailamos alguna vez, seamos de donde seamos, escucháramos lo que escuchásemos. Algo dentro mío me decía que esa melodía era universal, absoluta, totalitaria, presente y futura; ésa era la música de los dioses, el himno universal del mundo de los adultos. Todo esto mirado con los ojos de un borrego de siete años, obviamente fascinado. La GRAN Revelación.
La vida también me dio la posibilidad de presenciar “I Was Made for Lovin’ You” en vivo y en directo varias veces, y en mi país, pero recuerdo con mucha alegría y regocijo la primera vez. Luego de un intento fallido allá por agosto del ’83 –milicos argentinos en fuga y el “clero” de por medio–-, en septiembre del ’94 el maravillante cuarteto pisó tierra argentina en el marco del primer Monsters of Rock. Se presentaron en River Plate teloneados por Slayer, Black Sabbath y otros para el delirio y la satisfacción inenarrable de todos los que pudimos concretar la fantasía tan anhelada de tener finalmente nuestro “encuentro cercano del tercer tipo” con nuestros héroes rockeros de la infancia y la adolescencia. Y con nuestro Himno Kissero. Más el “plus” de haberlo coreado en las tres fechas posteriores en Obres Sanitarias, ese mismo año, a las que concurrí con mi madre, una de las hijas de mi primer ídolo: mi abuelo Pepe, herrador de caballos y bandoneonista aficionado. Gracias a esa canción, hoy soy feliz cantando también rock. Gracias a esa canción.
Según Paul Stanley, “I Was Made for
Lovin’ You” fue compuesta para demostrar lo fácil que resultaba escribir
una canción de música disco. El género estaba en su apogeo por entonces
y el guitarrista y cantante de Kiss, además de lo anterior, también
percibió la oportunidad que se les presentaba a la banda de los
maquillados: embocar un hit con un tema que podía sonar perfectamente en
un boliche, bajo la bola espejada, en plena fiebre de sábado por la
noche. “I Was Made for Lovin’ You” fue lanzado como primer corte del
álbum Dinasty, de 1979. Editado en formato simple, en agosto de aquel
año alcanzó el disco de oro, con un millón de unidades vendidas.
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