Hoy la banda es una marca registrada regenteada por Axl Rose, en la que rinden bien los “empleados” que contrata el vocalista. El sigue siendo un frontman notable pese al paso de los años, pero se extraña al resto de los “forajidos”.
Por Juan Ignacio Provéndola
“Oigan, ¿tienen ganas de que nos vayamos?”, preguntó Axl Rose y, por un momento, el estadio de Vélez se cubrió de esas tensiones propias de los momentos impredecibles. Promediaba el show de Guns n’Roses del lunes pasado y, de repente, la fiesta no parecía ser tal. Aun con unos cuantos años y kilos de más que en aquellas memorables visitas de 1992 y 1993, el cantante había mostrado una cintura envidiable esquivando una y otra vez botellas, zapatillas, placas del suelo y proyectiles varios. Fastidiado por la situación (y tal como tuvo que hacer en aquellas inolvidables faenas en River), recurrió cuatro veces a los servicios de un traductor para hacerle saber a la muchachada que aquella lanzadera de objetos no tenía nada de gracioso. “Queremos divertirnos, ¿ustedes no?”, bramaba Rose. Desde el público, algunos silbaban a quienes insistían con ese ritual nefasto, mientras que otros preferían hacerse lugar entre el murmullo para hacer saber que ni sus palabras ni sus cantos se oían en el marco de un sonido que fue de peor a apenas un poco mejor.
Pero, al margen de incidentes varios, hubo un recital de música. De música de Guns n’Roses, ni más ni menos. O sea, de aquella banda que a fines de los ’80 y principios de los ’90 se dedicó a editar grandes discos, realizar interminables giras y generar escándalos. La misma que fue polémica desde que, en 1996, Slash se llevó sus rulos y su colección de Gibson Les Paul y, detrás de él, siguieron el baterista Matt Sorum y el bajista Duff McKagan. Fueron tiempos oscuros, en los que el rock perdió terreno frente a peleas y pleitos legales. El ostracismo pareció haber llegado a su fin en septiembre de 2008 cuando, al cabo de más de una década de promesas y amagues, Axl Rose y su nueva tropa mostraron al mundo el eternamente anunciado disco Chinese Democracy. Y entonces, sí, la máquina volvió a ponerse en marcha y las carteleras de todo el mundo anunciaron el regreso de los Guns n’Roses, en una gira mundial que el lunes los depositó en Buenos Aires. Justo la misma ciudad en la que se había presentado por última vez sobre un escenario, el 17 de julio de 1993, la formación más legendaria del grupo.
De aquellos “forajidos” (según Carlos Menem) que mostraban sus partes pudendas desde los balcones del Hyatt y que sembraban el horror de las señoras copetudas con sus historias de sexo y drogas, apenas queda Axl Rose. Y ahora se presenta más como un tío piola que viene a contar de qué trataron aquellos años locos a través de clásicos inoxidables como “You Could Be Mine”, “November Rain”, “Sweet Child O’Mine” o “Don’t Cry” (reestrenada en esta gira), y a hacernos saber que aún le quedan unos cuantos galones en el tanque para rockear como antaño corriendo y recorriendo el escenario, pero también ofreciendo nuevo material inspirado al calor de nuevas tendencias musicales.
Media hora después del set del ex Skid Row Sebastian Bach (que alguna vez se postuló fallidamente como cantante de Velvet Revolver, la banda de los ex Guns Slash, McKagan y Sorum), se hizo la noche en Liniers y los Guns hicieron tronar el escarmiento de su distorsión a través del tema “Chinese Democracy”, aunque la primera efusión popular se produjo con el tándem “Welcome to the Jungle”, “It’s So Easy” y “Mr. Brownstone”, de Appetite for Destruction (álbum que revisitaron como ningún otro de la discografía gunner). Y entonces sí, Axl se dirigió por primera vez a los 45 mil espectadores que abarrotaron un ¿sobrevendido? Vélez con un simple “gracias”. Para ese entonces, el cantante ya había revoleado su pie de micrófono, se había cambiado de camisa dos veces y lucía su histórica bandana. A través de sus corridas y de su clásico “serpenteo”, Rose quiso mostrarse vigente, aun a sabiendas de que el paso del tiempo es el peor enemigo de un rockstar que se precie de tal. Su magnetismo y sus condiciones de frontman, no obstante, siguen inalterables aun al cabo de tantos años, tantos escándalos y tantos excesos, patentes todos ellos en su figura, su voz y hasta en sus movimientos corporales. Invitó a cantar, arengó con palmas, tribuneó diciendo que no quería esperar de vuelta tantos años para volver a ver a los argentinos y reclamó una y otra vez la deferencia hacia sus nuevos compañeros de ruta. Varios de ellos tuvieron sus espacios personales para demostrar cuán a la altura de las circunstancias están, ahora que deben responder ante esta marca registrada (al fin y al cabo, el rock a gran escala es un negocio y Rose lo sabe más por viejo que por sabio). Richard Fortus lo hizo con un solo sobre el leitmotiv de James Bond, Ron Thal con la melodía de “La Pantera Rosa” en clave speed-metal y DJ Ashba interpretando “The Ballad of Death”, su genial creación instrumental ad-hoc (en la que dejó claro que bien podría prescindir de puntear bajo la sombra de una galera y con un cigarrillo colgando de su boca para ganar el lugar que dejó Slash). Luego lo hicieron los tres juntos, sorprendiendo a todo el estadio con una exquisita e inesperada interpretación de “Por una cabeza”. Los históricos Dizzy Reed (único sobreviviente de los años dorados) y Axl Rose también tuvieron su tiempo para hacer sonar a David Bowie, Elton John y Pink Floyd desde sus respectivos pianos de cola.
A la hora de los clásicos, estos Guns suenan más a pretendida banda tributo deluxe. Así podrán endurecer aún más “Nightrain” (tal vez, el momento en el que más se añore a la formación vintage) y estirar “Knocking on the Heaven Door” hasta los límites del reggae, aunque serán estrictamente respetuosos de “Patiencie” (¿quién no aprendió a silbar copiando su intro?) y “Paradise City”. El verdadero genoma de esta versión 2.0 está en las baladas “Sorry” y “Better”, y en la furia descarnada de “Madagascar”, en la que Rose pudo mostrar que sus cuerdas vocales todavía guardan algunos cartuchos para los buenos tiempos que se vienen.
Tal como lo hicieron AC/DC, Deep Purple, Black Sabbath y Iron Maiden, Guns n’Roses buscará seguir escribiendo su historia con nuevos protagonistas. Quedará en cada uno elegir hasta qué página convendrá seguir leyendo, o si es preferible guardar solamente aquellas hojas tan inolvidables, pero ya amarillentas.
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